Escena 17

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Escena 17, toma 1

Al día siguiente, después de comer, Lot me hizo vestirme y subir de nuevo a su coche. Había pasado toda la mañana trabajando en sus diseños mientras yo miraba fotos y veía El Halcón Maltés. La película me había gustado mucho, aunque Lot no dejó de hacer comentarios despectivos desde su mesa, burlándose de Humphrey Bogart. Creo que en el fondo solo quería molestarme porque le habría gustado verla conmigo.

—¿Dónde vamos? —pregunté cuando él puso el coche en marcha.

Se inclinó sobre mi asiento para abrocharme el cinturón.

—A mi casa.

No sé por qué me sorprendí tanto. Supongo que no imaginaba que Lot tuviera una casa propia, algo como un hogar. Tampoco esperaba que quisiera llevarme a ella. Le observé, muerto de curiosidad, mientras él apartaba el vehículo del bordillo en una suave maniobra.

—¿Dónde vives?

—En el Barrio Viejo.

—Ah, entiendo.

Sonrió a medias y me miró de soslayo.

—¿Sí? ¿Qué es lo que entiendes?

—Que nos citáramos allí para hacer las fotos —repuse, sin mucho convencimiento.

—No tenía nada que ver con eso. El Barrio Viejo tiene zonas neutrales, el puente es una de ellas, y también ciertos corredores.

Me recosté en el asiento mientras contemplaba perezosamente cómo los edificios se deslizaban a través de la ventanilla. Las calles parecían abrirse a nuestro paso, estrechándose al fondo como embudos. Bajo la luz del sol veraniego la ciudad mostraba una cara más apacible y bondadosa; parecía otra diferente a la ciudad nocturna, con sus luces de neón, los cielos oscuros y los altos edificios envueltos en sombras. De noche se abrían las bocas hambrientas de los bares, de los locales de alterne, de las salas de espectáculos. A plena luz del día todo eso sólo parecían malos recuerdos. Y sin embargo, yo sabía que esa impresión era falsa y engañosa. La ciudad nunca era inofensiva, solo que de día los terrores parecían más artificiales, resultaban más difíciles de creer.

Eché una mirada al retrovisor. Siempre que salíamos a la calle me mantenía alerta por si nos perseguían. Después de nuestro encuentro con esa chica de los Vigilantes la noche anterior, no me sentía del todo tranquilo. Al recordar la conversación con la muchacha, empecé a notar los cabos sueltos a los que hasta entonces no había querido prestar atención. Me lamí los labios, mirando de reojo a Lot. Quizá era momento de aclarar algunas cosas. «Mejor empezar suave», me dije.

—¿Tú y Nun sois amigos? —pregunté.

Él mantenía la mirada fija en el tráfico. Había puesto la radio y sonaba música de los años cuarenta, Dean Martin o algo así. Parecía proceder de un aparato antiguo porque se escuchaba con algo de ruido.

—No exactamente.

Se inclinó para encenderse un cigarrillo. Con Lot sucedía como con la ciudad; a plena luz del día, la cualidad satinada de su rostro y el brillo de sus ojos le hacían parecer extraño. Postizo.

—Ella parecía preocuparse en serio por ti.

—Es un augur de nueva generación. El problema con los augures es que siempre acaban creándose expectativas. Sobre todo los jóvenes.

—Comprendo —mentí. No tenía ni idea de lo que me estaba hablando. Lot se dio cuenta y sonrió a medias otra vez mientras yo me devanaba los sesos, pensando cómo seguir adelante con la conversación. Decidió ponérmelo fácil.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora