Escena 4

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Escena 4, toma primera

Cuando me desperté a la mañana siguiente, supe que algo había cambiado en mi casa. Lo noté antes de abrir los ojos del todo. Hay que decir que tengo un despertar muy lento. A mi cuerpo le cuesta mucho arrancar por las mañanas, quizá porque soy algo noctámbulo, pero el caso es que me paso una media hora intentando acostumbrarme al nuevo día, luego otra hora como un zombi y luego otras dos siendo  un poco más persona. Hasta pasado el medio día no soy realmente un ser completo. Y sin embargo, cuando todavía estaba en estado semi vegetal, ya me di cuenta de que pasaba algo. Saqué la cabeza de entre las sábanas y traté de identificar las señales, aún medio sobado.

Había muchas. Sonaba la música, bajita, al otro lado de la puerta. Olía a café y a tostadas, el aroma se colaba hasta mi cuarto. Y el ambiente parecía menos cargado. Recuerdo arrastrarme fuera de la cama y abrir la puerta, algo nervioso, para encontrarme la casa limpia y perfectamente recogida, las ventanas abiertas, las macetas regadas y a Lot Anders en la cocina, vestido de traje, con el delantal de las tetas y haciendo girar una tortita en la sartén.

—Ya era hora.

—¿Es muy tarde?

—Casi mediodía.

Me rasqué la nuca, sin saber si debía sentirme avergonzado o no. Mi mirada se paseaba por los rincones, comprobando que mi nuevo inquilino no hubiera cambiado nada de sitio.

 —Has estado recogiendo —afirmé—. No tenías que haberte molestado.

 Lot me puso delante un plato con tostadas francesas, tortitas con nata, sirope y una taza de café. El estómago se me contrajo y empecé a salivar de hambre.

 —No es molestia. Además, no me gusta vivir en cuadras.

 —Tampoco exageres. Sólo había cuatro platos y alguna cosilla por el medio —repliqué, apoyándome en la barra para atacar mi fastuoso desayuno con el tenedor.

 —Ya. Bueno. Algún día te explicaré el asunto de limpiar extractores, los bajos de los muebles y otros detalles sin importancia.

 Le miré de reojo, masticando. «¿Habrá limpiado toda la casa con el traje? Seguramente. Qué tipo más curioso», pensé. Mientras yo desayunaba, él terminó de adecentar la cocina y estuvo hablando sin parar, dándome consejos sobre decoración de interiores y sobre combinar colores, entornos armónicos y exceso de cojines. No le hice mucho caso. Creo que se dio cuenta.

 —Supongo que no te interesa demasiado.

 —No es eso —repliqué, zampándome la cuarta tortita. Lot había hecho unas cuantas de sobra, pero para mí ese concepto, “de sobra”, no existe—. Entiendo lo que dices, y todo eso… es sólo que no quiero cambiar nada.

 —¿Ni siquiera a mejor?

 —No —admití, casi haciendo un puchero.

 Lot puso cara de desdén y se quitó el delantal, resignado.

 —Como quieras. Es tu casa. Voy a salir a por mis cosas, ¿de acuerdo? Hazme sitio en el armario.

 —Vale.

 Sonreí estúpidamente. Me hacía ilusión, qué queréis que os diga.

 El resto del día transcurrió de un modo peculiar. Lot estuvo ausente durante varias horas, tiempo que yo aproveché para reconciliarme con mi hogar. No recordaba cuándo fue la última vez que vino alguien a casa, la última vez que estuve acompañado allí… e intentar pensar en ello me causaba rechazo. Observé las hojas de las plantas, brillantes y con algunas gotitas en los extremos. Las relucientes encimeras, la cafetera nueva. Y me di cuenta de que mis reticencias iniciales no habían sido más que miedos absurdos. Ahora me resultaba un alivio ver las huellas de Lot por la casa, oler su colonia en la almohada y ver la cucharilla de plata en la mesita.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora