Escena 3

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Escena 3, toma primera.

  Y ahí estaba yo. En el salón de mi casa, mirando la puerta de mi habitación. Puerta que un tipo prácticamente desconocido acababa de cerrar, después de insinuarse descaradamente.

 Tras el primer instante de sorpresa, sopesé mis opciones. Podía quedarme a dormir en el sofá, como había dicho que haría. O vestirme y salir por ahí con mis amigos imaginarios. «Pero es mi cuarto», me dije. «¿Qué necesidad tengo de quedarme aquí afuera, si a él no le importa? Además, a lo mejor no se estaba insinuando, quizá lo he interpretado mal», me dije. «Sí, sí que se estaba insinuando, qué demonios, no lo has interpretado mal», me repliqué. Bueno. Vale. Aun en el caso de que estuviera insinuándose, como era evidente, ¿qué más daba? No tenía nada de malo. No recordaba cómo había sido yo antes. Tal vez me gustaba estar con otros tíos, o con tíos y tías por igual. Tal vez era una bomba sexual, aunque lo cierto es que no me lo parecía. Tenía tanto aspecto de golfa como de asesino, es decir, ninguno, ni el más mínimo. ¿Y qué importancia tenía, en realidad? No recordaba nada. Daba igual lo que hubiera sido: un extorsionador, un traficante, un golfo, un follador… ahora estaba empezando de cero, eso me habían dicho los médicos. Que tenía que empezar de cero y rehacer mi vida. Quizá no era tan mala idea entrar ahí y ver qué sucedía.

 Me levanté, dubitativo al principio. Lo cierto era que no me había sentido atraído por nadie desde que salí del hospital, ni tampoco dentro de él. Y si antes hubo algo, no lo recordaba. Al ponerme en pie, sentí una punzada por dentro, en alguna parte. No sabía muy bien si volvía a tener hambre o era deseo, excitación causada por la perspectiva. «Es casi como si fuera virgen», me dije. Eso me produjo una mezcla de inquietud y curiosidad.

 Tragué saliva y me acerqué a mi habitación. Y sin llamar con los nudillos, abrí la puerta y me asomé con cautela.

 Mi invitado había encendido la lamparita de la mesilla y estaba tumbado sobre mi cama, en el centro del colchón. Se había quitado la chaqueta y también la corbata; esta última se balanceaba en el cabecero de forja como un ahorcado de color rojo. Recostado, con un brazo doblado tras la nuca, tenía uno de mis libros en la otra mano, abierto, y lo leía sin mucho interés. Al escuchar la puerta, sus ojos anaranjados se elevaron hacia mí observándome fijamente. Parecían los ojos de un halcón.

 —¿No te importa que duerma contigo? —le pregunté, algo nervioso.

 Lot entrecerró los párpados y esbozó una sonrisa cautivadora, amplia, que parecía una invitación. Algo se agitó en mi estómago. Me pregunté si eran las mariposas que le revolotean a uno en la barriga cuando alguien le gusta.

 —Pues depende —respondió él.

 Pasé a la habitación y cerré a mi espalda, cuidadosamente, temiendo hacer ruido por alguna razón. Me sentía tímido, inseguro, como si yo fuera el invitado.

 —¿De qué?

 Lot Anders dejó el libro sobre la mesilla. Después se deslizó sobre las sábanas hacia un lado y se giró de cara a la puerta, apoyándose sobre un codo y mirándome a los ojos. Un mechón de cabello engominado le cayó sobre la frente hasta la barbilla, enmarcándole el rostro por un lado.

 —De la situación en la que te duermas.

 «Vale. Por si tenías dudas, Alex, esto es una insinuación bien clarita». Un hormigueo sofocado me subió desde el vientre hasta las mejillas; noté que se encendían y me avergoncé de avergonzarme. Pero es que habría que ser de piedra para no sonrojarse en esa situación. No era sólo ese modo de mirarme, como si sus ojos naranjas ejercieran alguna clase de gravedad sobre mis sentidos, era todo: la manera en la que se movía, con esa elegancia natural que yo no podía comprender racionalmente, la forma en la que estaba ahí, esperando, con la camisa desabrochada, el timbre hipnótico de su voz. Sacó la punta de la lengua y se lamió los labios casualmente. Me pregunté si él era siempre así o todo aquello era intencionado. A lo mejor ni siquiera el propio Lot se daba cuenta de lo magnético que estaba siendo.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora