Capítulo 7: Aspiraciones elevadas

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Estoy metido en un buen lío.

La culpa la tiene Maia, por extorsionarme. Y mi madre, por no levantarme el castigo. Llevo ya un mes encerrado en casa. Al menos puedo salir de mi habitación.

Hay una raja en el cristal de mi ventana que atraviesa toda la esquina derecha inferior. Klara lanzó con demasiado entusiasmo para avisarme de que estaba abajo y el cristal no aguantó la pedrada. Se suponía que la enana me avisaría cuando Klara viniese a verme, pero mis ahorros están sufriendo un deterioro demasiado importante. Me negué a seguir soltando billetes y me quedé sin recadera. Resultado: Klara es un peligro público lanzando cosas. Ya lo sabía de cuando estrelló las galletas contra la fachada. Ahora, al menos, la veo venir por la ventana de la cocina.

Creo que soy una mala influencia para ella. Se escapa del instituto a la hora de comer y nos metemos en el cobertizo.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunto mientras le quito el jersey y la beso en el cuello. Tiene una piel preciosa. Sonrosada. Y huele genial. A fresas. Hundo la nariz en sus rizos y ella se ría, pero no se aparta.

—Hasta las dos. Pero esta vez me marcharé un poco antes. Últimamente llego siempre tarde —dice un poco preocupada mientras tironea de mi camiseta. Lanza una mirada furtiva por la puerta del cobertizo. Mi padre nos ha pillado una sola vez. A Klara casi le da algo de la vergüenza, pero Magnus es genial. Sonrió un poco, se dio la vuelta, y os dejó en paz. Aun así, Klara se fue corriendo a su casa, mortificada.

—Entonces vamos a aprovechar. —La cojo del culo y la levanto en vilo hasta el rincón donde hay unas mantas viejas. He escondido una un poco más decente y limpia—. Ven aquí.

La beso con ganas. Hace cuatro días que no nos vemos. El fin de semana es para estar en familia, y encima ha hecho buen tiempo. Lo que significa que el clan Thoresen al completo se ha hecho a la montaña en rutas de kilómetros y kilómetros. No me quejo, necesitaba liberar energía, pero hubiera preferido hacerlo de otra manera. Ahora podemos resarcirnos. Me encanta sentir sus manos pequeñas tironear de mi camiseta y recorrer mi espalda. Primero con timidez, luego con firmeza. Y me gusta sentir la suavidad de su cuerpo bajo el mío, aunque no quiero que las cosas se descontroles, sobre todo cuando mis padres o mis hermanos pueden llegar en cualquier momento.

—¿Cuándo podemos volver a Kristtorn?

Me rio sobre su boca y muerdo su labio superior. Es curioso, porque tiene un pequeño piquito, como si fuera un patito. Me ha leído la mente. Allí sí que podríamos estar tranquilos.

—En cuanto me levanten el castigo. Esto no puede seguir eternamente. —La beso de nuevo, su lengua se introduce de nuevo en mi boca y nos sumergimos de nuevo en una batalla por ver quien conquista de nuevo a quién.

Cuando las respiraciones se entrecortan y la ropa se hace incómoda sobre mi cuerpo, me aparto un poco y poyo la frente sobre su frente. La beso en la punta de la nariz. Luego en el cuello. Hundo la cara entre sus pechos, es hundirla en un cojín de plumas, pero mil millones de veces más suave y delicioso. Gruño de puro placer y ella se ríe. Me coge la cabeza entre las manos y empuja.

—En serio, Erik. ¿Has hecho algo por arreglar esto? A veces creo que te gusta estar así.

Me aparto de ella. No me hace nada de gracia su comentario. Lo ha dicho con ligereza, pero veo en sus ojos cierta acusación. Todo el buen rollo entre nosotros se esfuma. Me aparto de ella y me siento con la espalda contra la pared. Mi sonrisa se evapora.

—¿De verdad crees eso?

Ella se mira las manos sobre el regazo y se encoge de hombros. No va a negarlo. A veces me sorprende lo cruel que es. No me gusta que sea así. Que me diga esas cosas, ¡no puede pensarlo en realidad!

Grietas en el hieloWhere stories live. Discover now