Capítulo 5: In Fraganti

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Si tengo que resumir con un nombre esta primavera, lo haría con el nombre de Klara. En el instituto mantenemos las distancias. Ella sigue juntándose con sus amigas y me sonríe a hurtadillas cuando coincidimos, pero no me importa. Yo voy a lo mío con Peta, Anders, Jonas y los demás. Pero cuando llega el fin de semana, cada minuto libre se lo dedico a ella.

Hablamos de todo y de nada. Con Klara no tengo que estar en guardia. No tengo que fingir. Es muy fácil estar juntos, solo tirados en la hierba jugando a adivinar las formas de las nubes en el día o a contar las estrellas durante las noches.

—Me encanta estar contigo —confieso de repente después de una tarde en el puerto, mientras vagamos sin rumbo entre los barcos. Llevamos ya un par de semanas saliendo y me muero de ganas de besarla de verdad, de estrecharla y sentir su cuerpo entre mis brazos. Pero no quiero precipitarme. Ella me sonríe con su dulzura habitual—. Lo sabes, ¿verdad?

—A mí también me encanta estar contigo, Erik. Eres muy diferente a como había imaginado. Eres dulce y tierno. ¡Y muy culto! —dice con admiración y me hace reír. Creo que pensaba que yo era un matón—. Nunca había tenido este tipo de conversaciones con ningún chico.

—¿En serio? ¿Y con tus amigas? —La cojo de la mano y sonrío al notar que por fin ha dejado de llevar guantes. La tiene bastante fría. Rozo con la yema del pulgar la piel suave del dorso y siento cómo se estremece. Pero no se aparta y mantengo la caricia. Eso sí, se ha puesto roja como un tomate. Me gusta que sea tan fácil leer sus reacciones.

—Ni siquiera con ellas. Hablamos de otras cosas: maquillaje, ropa, de planes, de chicos...

—¿Chicos? ¿Les hablas a tus amigas de mí? —pregunto con curiosidad. Nuestras manos siguen entrelazadas y la miro, expectante.

—Bueno, claro. Por supuesto —balbucea ella, intenta recuperar sus dedos, pero yo la retengo—. Es imposible no hablar de ti.

—¿En serio? ¿Y qué les cuentas?

Nos detenemos el uno frente al otro en el puerto. Los barcos se balancean perezosamente sobre las olas del mar. Se escuchan las gaviotas a lo lejos y la algarabía del mercado un poco más cerca, pero estamos solos. Es perfecto. Klara alza su mirada de miel hacia mí.

—En realidad, no hay mucho que contar —dice con una chispa divertida en sus ojos, me está lanzando un reto velado.

Muy despacio, porque no quiero asustarla, rodeo su cintura con las manos, pero mantengo las distancias. Klara tiembla. Sus labios entreabiertos son una invitación.

—Tendré que hacer algo al respecto, entonces —susurro, cada vez más cerca de su rostro. El aroma al champú de fresas en su pelo me hace cosquillas en la nariz—. No quiero decepcionarlas.

Y la beso. Con cuidado. No quiero asustarla. Klara me ha confesado hace poco que nunca la han besado y quiero esmerarme. Quiero que recuerde siempre este primer beso. Despacio. Suave. Cálido y tierno. La atraigo con cuidado contra mi cuerpo. Ella se deja hacer. Es delicioso sentir cómo se acelera su respiración. Rozo sus labios con la lengua, de manera casi imperceptible, y ella suelta un pequeño gemido. No sé cómo, pero soy capaz de controlarme y lo dejo hasta ahí. Por el momento, al menos. Aunque me cuesta un enorme esfuerzo separarme de ella. Le doy un beso en la punta de la nariz y la observo. Creo que le ha gustado. Sus pupilas están dilatadas, sus labios de un color cereza exquisito y su piel blanca, sonrosada y caliente en las mejillas y la nariz.

—¿Vamos a ver la llegada del crucero? —digo con la voz bastante ronca y un calentón importante. Siento que se me va la cabeza, pero quiero que ella esté tranquila y segura. Un enorme barco surca el canal principal a baja velocidad y es siempre un espectáculo.

Grietas en el hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora