~Capítulo 4~

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Paseo por ahí, me detengo junto a la ventana, mi vista se pierde en el exterior, nieve, mucha nieve, pero no hay tormenta. El mar desde ahí se distingue con claridad, mejor que los otros días. Es enero, así que seguramente estamos en el norte del planeta, o eso quiero pensar porque muy en el sur también suele haber nieve aunque calman las tormentas en estas épocas.

Escucho la puerta abrirse, giro despacio. Él está ahí, tan sereno como siempre. Sonríe complacido evaluando mi atuendo, parece satisfecho. Encontré unas botas gruesas, un poco modernas para mi gusto, ahí en el vestidor, así que en conjunto debo ir vestida de una forma adecuada.

—Hay reglas, Elle —señala dejando su abrigo colgado al lado de la entrada. Arqueo una ceja, espero con los brazos cruzados. Toma una silla del pequeño comedor y se sienta con desgarbo, con las piernas abiertas y los dedos de una de sus manos tamborileando sobre la mesa. Al notar que no respondo y después de haberme inspeccionado de arriba abajo hasta que se cansó, busca mis ojos—. No saldrás corriendo diciendo que estás aquí en contra de tu voluntad, y cuando hables con Aide no mencionarás tampoco ese tema.

—Le debo mentir.

—Si así lo quieres ver —revira con sencillez, ruedo los ojos.

—¿Algo más?

—Eres mi invitada, se te tratará como tal, una muy especial para mí. Aquí todos lo tienen claro.

—Otra mentira —repongo. Se encoge de hombros sonriendo como un felino. Sí, a eso me lleva, a un león o un tigre, no lo puedo evitar.

—Ya te dije que nada es verdad y nada es mentira.

—Eso es absurdo. Hasta tú lo sabes —ataco.

—Una mujer de ciencia diciendo eso, no me decepciones, wahine —revira sereno, con sus ojos dorados clavados en mí. Aprieto los brazos contra mi cuerpo—. Todo depende del lugar desde el que se cuente, desde las posturas, pruebas, y perspectivas...

—¿Qué más? —lo interrumpo con hastío.

—Si intentas hacer algo para... irte, debes saber desde ahora que lo sabré y si quieres intimidad, respeta esa regla.

—¿Intimidad? ¿Te burlas? Aquí no tengo intimidad.

—La tienes, créeme, podría no ser así... ¿Es lo que quieres?

—¿No me espías cuando me ducho? ¡Ajá! Claro... Ni cuando estoy aquí encerrada todo el día.

—La verdad es que no. Frivóla me avisaría cualquier cosa extraña, pero no tengo tiempo para estar haciendo eso.

—Pero sí para secuestrarme, averiguar sobre mi vida, ¡vaya! Hasta para saber qué ropa interior suelo usar... Te contradices, ¿no crees? —reviro estoica, aunque rabiosa. Se incorpora y acerca a mí tanto que pienso que me hará algo. Respiro agitada, pero se detiene a unos centímetros, baja su rostro y sonríe así, tranquilo, como suele.

Cómo lo odio.

—Tengo personal que se encarga de ello, de todo lo que desee. Así que no olvides; eres mi invitada y... trabajas para mí —concluye. Su aliento está demasiado cerca, huele a esas nevadas a las que estoy acostumbrada en Toronto, pestañeo.

—¿Trabajo para ti?

—Así es, ahora... ¿vamos? —insta acercándose un poco más, dos centímetros y su boca estaría sobre la mía, pero no me toca. Respiro más rápido y siento las mejillas arder, seguro ya están rojas, como siempre me ocurre, nerviosa lo esquivo y camino hasta la puerta—. Toma un abrigo —solo completa, pasando a mi lado.

Placer Sombrío© EN LIBRERÍAS Y AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora