~Capítulo 3~

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Abro los ojos, pero no puedo incorporarme, me duele el cuerpo, la cabeza, y no siento la energía suficiente como para pararme. Tengo mucho frío, me rodeo con las manos y cierro los ojos. Mi mente logra de nuevo perderse en la inconsciencia. He estado teniendo frío por las noches; entra por mis pies y no me permite dormir, poca agua he tomado y la verdad es que estoy vencida. Por la noche, cuando regresa, se acerca.

—¿Elle? —Me llama con suavidad. Lo escucho a lo lejos, busco retroceder. Logré ir al baño pero no más, no me importa nada si no puedo salir de aquí. Debe darse cuenta de lo que hace. Aprieto los labios, sigo sintiendo frío. Percibo su mano sobre mi brazo, gruño, luego sobre mi frente—. Diablo de mujer —se queja y me levanta a pesar de que intento hacerlo a un lado.

Me pone sobre la cama, busco bajarme pero me detiene.

—No te atrevas —amenaza. Me quedo ahí, acurrucada, estática. Habla por teléfono y minutos después en los que solo me observa, molesto, llega alguien más. Los escucho subir, nerviosa, aunque totalmente exhausta.

—No ha comido en cuatro días, casi no se ha hidratado y no ha dormido prácticamente —le informa a un hombre de complexión mediana a comparación de él. Debe llegarle a la barbilla, de cabello corto bien peinado y lentes, mono, con facha de inteligente. Éste asiente con suficiencia, con semblante sereno ante lo dicho. Pronto se acerca y sujeta con suavidad mi muñeca. Toma mi pulso mientras yo lo escruto con desconfianza.

—Dile la verdad —susurro contenida, pero el que supongo que es un médico, me ignora y Dáran permanece inmutable ahí, cerca, con los brazos cruzados. Me revisan sin cruzar palabra conmigo. Siento tanto odio.

—Bajaré la fiebre, pero debe comer, tomar agua...

—No lo haré —determino serena. La bestia sonríe.

—Lo hará. ¿Qué más? —pregunta relajado, mientras el doctor introduce líquido en una jeringa.

—Con eso será suficiente, adicional unas vitaminas que puede ingerir a diario.

—Bien —responde él idiota ese, mientras el médico me hace girar un poco. Pretende bajar mi pantalón, le aviento como puedo la mano. Mi celador rueda los ojos, se acerca y me detiene cuando siento que introduce en mi piel la aguja.

—Te detesto —murmuro. Él ríe.

—Lo sé —responde y me suelta, lo hago a un lado con pocas fuerzas.

—Es solo un resfrío. ¿Puede mostrarme la garganta? —pide el doctor con elocuencia.

—No —respondo iracunda.

—Si no lo haces, juro que tu hermana pensará que estás muerta, Elle —me amenaza la bestia. Me yergo con la fuerza que me queda y me acerco a su rostro, ahí, de rodillas en la cama, ni así lo alcanzo pero lo intento. El médico salta alejándose—. ¿No es hermosa? —dice mi carcelero, contemplándome. Lo empujo.

—¡No te atrevas!

—Abre la boca, Elle —exige sin moverse. El médico aguarda. Sé que no miente, lo hará si no obedezco y comprendo que dio con mi punto débil. El susodicho se acerca y me inspecciona.

—Está irritada —determina. Lo miro arrugando la frente, ni siquiera me duele. Nota mi actitud, no parece asombrado por mis arrebatos, ni nada en general—. Sube tus defensas, de todas maneras ya tienes un virus.

—Es ridículo. Solo no he comido.

—Pues come, duerme, y toma los medicamentos, en un par de horas no podrás ni pasar bocado —augura. Arrugo la frente, no recuerdo la última vez que enfermé.

Placer Sombrío© EN LIBRERÍAS Y AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora