Capítulo 31

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―Cuando nos pediste que te ayudásemos a escaparte pensé que sería algo más interesante

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―Cuando nos pediste que te ayudásemos a escaparte pensé que sería algo más interesante. ―Lindsay se cruza de brazos mirando con mala gana el edificio de en frente―. No un centro lleno de vejestorios.

―Un poquito más de respeto ―regaña Henry.

―La residencia está muy lejos y mi madre no me dejaría venir sola. Tengo algo urgente que hablar con mi abuelo.

Lindsay resopla y rueda los ojos.

―Algo que, por cierto, no quieres contarnos.

Esta vez Henry no le reprocha nada, dejándome claro con su silencio que él también quiere saber.

―Es una larga historia ―murmuro.

―Mira tú por donde que hoy me he levantado con ganas de escuchar ―afirma Lindsay.

Me froto el puente de la nariz. No es que no quiera explicarles, es que si lo hago no me creerán o peor, me tomarán por loca; y lo entiendo, porque si yo estuviese en su lugar haría lo mismo.

―Os lo explicaré en otro momento. ―Si llega a sacar el tema de nuevo, que seguramente lo hará, tendré que inventarme algo―. Otra cosa, esperadme aquí fuera. ―Lindsay intensifica su mirada. Creo que voy a tener que pensar una muy buena razón―. Por favor.

―Aquí te esperamos ―asegura Henry, quien a pesar de su tono amable también parece querer explicaciones.

Les doy la espalda y comienzo a andar. Me siento culpable, no me gusta tener que mentirles de esta manera, pero por desgracia no me queda otra opción. Sin perder el tiempo me acerco al mostrador.

―Buenos días, vengo a visitar a Frank Baker. ―La chica permanece absorta en ver la pantalla del ordenador, y cuando me fijo en sus oídos entiendo su reacción. Es que no hay ningún recepcionista en esta residencia que atienda a las personas como se debe―. Disculpe ―presiono la campanita que hay sobre el mostrador varias veces.

Suspiro al no captar su atención. ¿Qué se supone debo hacer? ¿Le lanzo la campanita a la cabeza? Seguro que así me haría caso.

De repente, otra mujer de más edad aparece en la recepción.

―Bianca. ―Pasa su mano por delante del rostro de la recepcionista―. Ya le he dicho que nada de auriculares en horas de trabajo ―le regaña―. Disculpe, ¿a quién viene a visitar? ―pregunta, cambiando por completo su tono de voz.

―A Frank Baker.

―Está en el gimnasio. Hoy tienen sesión de pilates ―explica tomando el lugar de la otra chica.

Asiento y les doy la espalda, escuchando de fondo como la mujer sigue sermoneando a la recepcionista.

Cierta curiosidad me invade, no sabía que el abuelo tomara clases de pilates. Cuando llego al marco de la puerta mi mandíbula cae sola al verle; se aguanta sobre sus antebrazos y mantiene las piernas completamente estiradas hacia arriba.

¿Qué le ha pasado a mi gato?Where stories live. Discover now