Capítulo 12: Corre, Amanda, corre.
¡Me había quedado dormida! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!
Encima era el día de la excursión y se supone que debía estar en la puerta del instituto diez minutos antes, ¡mierda!
Salí echa un desastre de casa, corriendo todo lo que me permitían mis piernas, cruzando jardines ajenos para atajar el camino, esquivando personas, perros y tratando de no estamparme con nada.
Iba tan deprisa que me empezó a arder el pecho, burlándose de mi falta de forma, pero la desesperación me empujó y no me detuve hasta alcanzar el patio del instituto. Vislumbré como mis compañeros se estaban subiendo al bus y se encendió un camino de luz frente a mí.
—¡García! —la voz del profesor a cargo pronunció mi apellido con fastidio.
Pasé por su lado y subí al vehículo, dejándome caer en el primer asiento libre que vi. Me dolía todo el cuerpo y tan solo acertaba a jadear, con cada toma de aire dañándome la garganta escocida por el frío de la mañana. Rompí a sudar como una cerda y de seguro que tenía unos pelos de loca por la carrera, ya que notaba la goma de la coleta suelta.
Pero en ese momento no estaba en condiciones de preocuparme de algo que no fuese vomitar y recuperar unas pulsaciones normales.
Apoyé la cabeza en el respaldo del asiento, cerrando los ojos y esforzándome para dejar de jadear como un perro. Estaba claro que mi destino era hacer el ridículo en cada ámbito de mi vida.
Sentí una presencia dejarse caer a mi lado, pero no presté atención, aún mareada y sofocada. Me calmé un poco, con la cabeza latiéndome despacio todavía, y fue entonces, solo entonces, cuando mi respiración se apaciguó lo suficiente, cuando registré el aroma tan característico del individuo de al lado.
¡Lo qué me faltaba!
—Toma —abrí los ojos, enfocando una botella de agua. Deslicé la mirada desde la mano que sostenía aquella dichosa botella a la sonrisa burlona de mi vecino—. Cógela, no quiero que te mueras sin antes confesar tus fervientes sentimientos por mí.
Lo miré todo lo mal que pude en el estado que me encontraba.
—Solo... son... fervientes... —jadeé, patéticamente—mis... ganas... de... patearte el culo.
—Todo puede hablarse —ronroneó, un tono que planeó ser seductor, pero que incrementó mis instintos asesinos—. Bebe, idiota, estás más roja que una señal de STOP.
Acepté el agua, tomando sorbos muy pequeños, relajándome un poco, aunque mi cuerpo adoptó una estrategia de ponerse a la defensiva ante cualquier detalle. Se sumaba mi natural animadversión hacia él con ser un pobre animal herido.
—¿No deberías sentarte con Sandra?
No me percaté de mi pregunta, que salió de una forma demasiado espontánea de mis labios, hasta que se volcó en el aire. De haber podido la hubiese atrapado antes de que llegase a sus oídos y me habría ahogado con ella, pero, era físicamente imposible.
Manu entrecerró los ojos.
—¿Celosa?
Arrugué el rostro como una viejecita, negando con firmeza y pasándole la botella, con los dedos temblándome por el esfuerzo físico. No sabía que estaba en tan mala forma, pero ahora debía centrarme en asuntos más urgentes.
—En tus sueños, Siles —pronuncié con más agresividad de la debida—. Ahora en serio, ¿por qué te has sentado aquí? ¿Fastidiarme es tu pasatiempo favorito?
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El vecino de enfrente © ✓
Teen FictionAmanda detesta a su vecino: Manuel, que aparecerá para revolucionar sus relaciones, sus sentimientos y pondrá su mundo patas arriba. Y es que tener unos ojos verdes tan bonitos debería ser ilegal. *** El último día del verano y no pinta muy bien par...
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