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Capítulo 11.

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Capítulo 11: Cabreo. 

Juan no me contestó a los mensajes la mañana siguiente, ni tampoco acudió a nuestro sitio de encuentro habitual para ir juntos al instituto.

Una sensación desapacible se asentó en la boca de mi estómago y el día transcurrió más lento de lo usual. Me percaté de cuanto dependía de Juan y como su ausencia se asemejaba a la pérdida de una pierna, andaba coja, hablando en sentido figurado.

¿Tan reducido estaba mi mundo?

En su mayoría, mis compañeros de clase eran agradables, pero no podía designar como amigo a ninguno de ellos. Me había acostumbrado tanto a estar con mi mejor amigo que nunca me había esforzado con socializar más.

Esa realidad me pasó factura.

En el recreo hui de todo aquello, escondiéndome en la biblioteca. Más de una vez pillé a Manuel echándome miradas de reojo, como si planease venir a hablar conmigo en cualquier momento, y, eso me ponía el doble de nerviosa.

Aunque la culpa fue mía, no podía evitar asociar conceptos y culpar de manera inconsciente a mi vecino por lo ocurrido.

La biblioteca estaba vacía a excepción de un par de personas. Reconocí una cabellera pelirroja familiar y me acerqué a él, dejando caer mi culo en la silla de enfrente.

Sam alzó la cabeza, alterado.

Al comprobar que tan solo era yo pareció calmarse un poco, pero me observó como un animal asustado evaluando a un posible depredador. Había en su actitud frágil y esquiva que despertaba un intenso sentimiento de ternura.

—Hola —susurré, con una breve sonrisa.

El chico carraspeó y miró a su alrededor en un intento de cerciorarse que, en efecto, estaba hablando con él.

—Hola —devolvió el saludo con una dosis de confusión.

Me incliné un poco hacia delante, cotilleando los libros que consultaba. Estaba haciendo un resumen de historia con una letra pulcra y ordenada.

—Bonita letra —elogié, queriendo parecer simpática y accesible. Estaba un pelín oxidada en el arte de entablar amistades—. Yo aún no he empezado.

Sus ojos se tiñeron de sospecha.

—¿Quieres que te pase mis apuntes?

Expandí los ojos, horrorizada por el rumbo de sus pensamientos.

—¿Qué? Por supuesto que no —afirmé con total sinceridad—. Solo... yo... solo trataba de parecer maja.

Sam frunció la nariz.

—¿Por qué quieres parecer maja conmigo?

Me encogí de hombros, con tranquilidad. Me sentía algo absurda, pero de un modo inofensivo. La verdad es que me caía bien y transmitía un aura de tranquilidad y control que me ayudaba a mantener a raya ciertas ideas.

—¿Por qué no debería? —cargué una pregunta en su dirección y amplié mi sonrisa.

—No lo sé —confesó, pasados unos segundos de silencio—. Supongo que nunca lo habían intentado con anterioridad.

—Bueno —alargué las vocales en un canturreo—. Ellos se lo pierden, de verdad. Estoy segura de que eres alguien muy interesante y que merece más que la pena que cualquiera de los uni neuronales que se metieron contigo el otro día.

Sam sonrió, en apenas una mueca pequeña y aún tímida, pero sus ojos se iluminaron un poco, y fue entonces cuando me percaté, que, en realidad, era bastante guapo. No aplicado en el término de atractivo, su belleza era más sutil, más delicada.

El vecino de enfrente © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora