Parte 9

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19 de octubre de 2011

Concentrado en admirar el bonito día primaveral, Horacio no se dio cuenta de lo mal que se veía su pasajera hasta que la oyó sonarse la nariz. Lo primero que pensó fue que quizás tuviera un brote de alergia al polen o algo así, por los ojos hinchados y enrojecidos, pero en su expresión había una tristeza tan enorme que le hizo descartar de inmediato la primera hipótesis.

—¿Qué sucede? —preguntó el muchacho.

—Nada. Sigue conduciendo.

—¿Estás segura?

—Sí. No te preocupes.

Horacio dejó estar el asunto... hasta que Micaela volvió a sonarse la nariz.

—Si no me dices ya mismo qué pasa contigo, te juro que pararé el auto y te obligaré a confesar. ¿Le pasó algo malo a alguien de tu familia?

Micaela parpadeó. Ahora se veía perpleja además de triste, pero se esforzó en contestar:

—No. O sí. Es que... mi gato llevaba una semana decaído, y no sabíamos por qué. Ayer de tarde... se puso muy mal de repente. Lo llevamos al veterinario de nuevo, y le encontró un tumor hepático en las radiografías. No había nada que hacer, salvo... ponerlo a dormir.

—Oh. Lo siento. ¿Qué edad tenía?

—Catorce años. Lo encontré en la calle, cuando era chiquito. Creo que lo habían abandonado. Mis padres no querían que me lo quedara, pero era una cosita tan adorable... Esa noche lo dejé dormir al pie de mi cama. Durmió ahí hasta el último día.

Mientras ella se sonaba la nariz por tercera vez, Horacio dijo:

—Me da la impresión de que tuvo una buena vida, ¿no? —Ella asintió—. ¿Quieres que paremos para que tomes un poco de aire fresco?

—No es para tanto. Ya se me pasará. Aunque será difícil volver a casa hoy y que no me esté esperando. Siempre me esperaba.

—Eso lo noté, y a veces me preguntaba si tu gato no era medio perro.

Micaela sonrió. Fue una sonrisa pequeña, pero pareció levantarle el ánimo. Aun así, Horacio rebuscó en su mochila cuando llegaron al siguiente semáforo en rojo, y le entregó un objeto a la muchacha: una barrita de cereales bañada en chocolate.

—¿Y esto? —preguntó ella.

—Es para alegrarte. ¿No es lo que suelen hacer las mujeres cuando están tristes? ¿Comer chocolate?

Esta vez la chica rió, lo cual fue todavía mejor. Micaela, sin embargo, partió la barrita a la mitad y le dio la otra parte a Horacio.

—Gracias por el regalo, pero me gustaría compartirlo. Como si fuera... una especie de brindis por mi gato.

—De acuerdo. ¿Y cómo se llamaba, por cierto?

Arquímedes. Le decíamos Arqui.

—Ajá. Tenía que llamarse así un gato en una familia de cerebritos. En fin, por Arqui —dijo Horacio, levantando la mitad de la barrita con la mano libre.

—Por Arqui —replicó la chica, haciendo el mismo gesto.

El semáforo cambió a verde.

12 de diciembre de 2011

De pie y recostada contra el auto, sosteniendo su mochila con ambas manos por una de las correas, Micaela esperó a Horacio mientras pensaba en lo difícil que había sido el último examen parcial de anatomía. Bueno, ella no había dejado nada sin contestar, pero por algo era la cerebrito de la clase. Ojalá Horacio pudiera decir lo mismo. Y más le valía, en realidad, porque ambos habían pasado horas en la biblioteca, repasando notas de último momento e inventando recursos nemotécnicos para los detalles más esquivos. Como ahora el muchacho le saliera con la excusa de que había sufrido un bloqueo...

En el auto azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora