Parte 8

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1 de agosto de 2011

A Horacio se le hizo un nudo en el estómago cuando él y las dos chicas volvieron a reunirse en el auto para el camino de regreso. No había esperado que aquel asunto tuviera mayor importancia, pero la expresión de Micaela al ver a Cecilia, como si hubiera mordido un limón, había hecho saltar una alarma en su cerebro. Él no era un experto en mujeres, pero sí sabía que algunas podían llegar a enfrentarse igual que gatas, dispuestas a sacarse los ojos a zarpazo limpio. No quería estar en medio de algo así.

De cualquier manera, lo peor había sido contemplar la desilusión en el rostro de Micaela, esa mirada de "esperaba algo mejor de ti". Pero ¿qué podía hacer él al respecto? No todas las personas eran cerebritos; sí, él tenía un amigo que sólo hablaba de fútbol, y sí, ahora estaba saliendo con una chica que no pasaba dos terceras partes del día con la nariz metida en sus libros. Había otras cosas en la vida además de los estudios y las buenas notas.

Suspiró al encender el auto, pensando que ya se arreglaría la cuestión. Sintió alivio al ver que Micaela estaba leyendo una vez más en su celular; así no habría problemas.

Todo marchó bien hasta que Cecilia se giró en el asiento y le preguntó a Micaela:

—¿Tienes novio?

—Ahora mismo, no —respondió la muchacha, sin dejar de mirar su teléfono.

—No va a caerte encima si siempre estás estudiando. Tienes que salir a buscar.

—Estoy bien así, gracias.

—Eres un poco rara, ¿no? ¿Te gustan los hombres?

Horacio vio una chispa en los ojos de Micaela que hizo saltar una nueva alarma. El tono de voz de la chica fue gélido al contestar:

—Mi orientación sexual es asunto mío.

—Mi amiga Jimena cree que eres lesbiana, por la forma en que te vistes. Si usaras un poco de maquillaje, por lo menos...

—¿Y eso qué tiene que ver? ¿Una mujer es menos mujer si no tiene novio, o si no se maquilla ni usa ropa provocativa? Somos universitarias. Es un derecho conquistado a lo largo de la historia, y también el de vestirnos como nos dé la gana.

—Uy, ya veo. No eres lesbiana, eres una feminazi. Apuesto a que nunca has tenido novio.

—Chicas... —empezó a decir Horacio, pero ninguna de las dos le prestó atención. Micaela respondió la afirmación de Cecilia con un tono peligrosamente amable:

—Esto tampoco es de tu incumbencia, pero sí, he tenido novio. Y antes de que lo preguntes, yo lo dejé, y no por lesbiana ni por feminazi. Te lo explicaría pero sigue sin ser asunto tuyo, y además, dudo de que lo entendieras con tu cerebro de cuatro neuronas. ¿Por qué no te maquillas un poco y me dejas en paz? Tengo mejores cosas que hacer que hablar contigo.

—¡Ya llegamos! —anunció Horacio, feliz de que así fuera. Cecilia se despidió de él pero no de Micaela, a quien ni siquiera volvió a mirar. Tenía las mejillas encendidas por la ira, y daba la impresión de que tarde o temprano le echaría a él una bronca por el insulto de Micaela, aunque no tuviera la culpa de nada. Enfadado a su vez por esa razón, una vez que estuvieron en marcha de nuevo él explotó diciendo—: ¿Se puede saber qué carajo fue eso?

—A mí no me mires, fue ella quien empezó. Yo sólo estaba aquí detrás, siendo felizmente invisible.

—¡No tenías por qué seguirle la conversación!

—Uau, ¿ahora es mi culpa que ella sea una idiota machista?

—¡No la llames así!

estás saliendo con ella, no yo. Puedo tener mi propia opinión si quiero. Y lo mismo se vale para defenderme cuando me atacan.

En el auto azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora