Capítulo 7

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Cayó como peso muerto en el frio suelo, su respiración irregular, el cabello revuelto, su cara roja por el esfuerzo y todas sus extremidades doliendo como los mil demonios. Al lado del joven peli-rojo que se encontraba fresco, sin una sola gota de sudor que delatara el poco esfuerzo que hizo para derrotarla.

−Veo que has estado entrenando, has mejorado muñequita. –Alago retirando los mechones rebeldes que se instalaron en su cara, para luego tomar con su fría mano su mejilla izquierda, acariciándola con cariño.

−No lo suficiente para hacerte frente, Sasori-kun.− cerro sus ojos para disfrutar de sus suaves caricias.

Su mirada antes gentil cambio a una afilada y gélida.

– ¿Orochimaru sabe que estás conmigo? – aparto su mano de ella, se encontraba sentado con una rodilla flexionada hacia arriba y su otra pierna extendida, coloco su brazo derecho sobre su rodilla para luego poner su barbilla sobre este, aparto la mirada de la niña para enfocar cualquier otra cosa. Mencionar a esa serpiente cuando esta con ella siempre lo pone de mal humor.

Su cambio de actitud para con ella, fue evidente y era obvio que su padre era el motivo, le gustaría saber porque no se llevan bien. Contemplo el perfil del marionetista y suspiro. –Detecte tu presencia y al preguntar por ti me dijo que habías venido por algo referente a la organización, me autorizo venir a verte por que logre sentir tu chackra. –le explico con calma.

–Así que sentiste mi chackra, eh– su muñequita sí que estaba avanzando a pasos agigantados. Por ese motivo hasta él la dejaría ver a la serpiente.

Asintió emocionada, en lo que se parecían esos dos era que siempre se alegraban por su progreso. Siempre que se trataba de su entrenamiento dejaban sus indiferencias de lado, cuando veía a Sasori la entrenaba, observaba su progreso y le dejaba lecciones para que las completara durante el tiempo que no se veían, su padre nunca puso objeción o prohibición a que aprendiera diferentes cosas, a pesar que su sensei era el peli-rojo.

Siguieron hablando de todo lo que ocurrió en todo este tiempo donde no se vieron, cuando el mayor le dijo que estarían unos meses fuera por las misiones que de seguro les asignaban.

– ¿Volverán antes de año nuevo?– pregunto esperanzada por una respuesta afirmativa. Quería pasar su cumpleaños con las personas más importantes de su corta vida.

El de ojos avellana lanzo un suspiro y la miro con un poco de pena pero de igual forma sonrió. – Apresurare lo más que pueda a esa serpentea para volver lo antes posible, no te preocupes por eso. – le revolvió sus cabellos de forma un tanto brusca pero aun así a la niña no le importo y mostraba una cara feliz, se levantó y con una seña le indico que era hora de irse a casa.

La azulina dio un brinco enérgico para quedar de pie, el breve descanso y esa promesa silenciosa eliminaron cualquier signo de cansancio. Salieron de la cueva y se adentraron al bosque que era alumbrado por los últimos rayos del sol y las luciérnagas que comenzaban a salir. Recorrieron el lugar en un cómodo silencio, ambos disfrutaban de la tranquilidad y la compañía del otro por lo que se necesitaban tantas palabras para pasar un buen rato.

Llegaron a la entrada de la guarida donde los esperaba el sannin de las serpientes de brazos cruzados.

La pequeña niña acelero su paso para ir con su padre, mientras el renegado de Suna fruncía el ceño y rodaba los ojos.

– ¡Papá!, ¿Qué haces aquí afuera, no deberías estar guardando tus cosas? –lo abordo alegre y con entusiasmo, extrañada pero feliz de que su padre la estuviera esperando. Extendió sus brazos para poder abrazarlo pero el azabache tenía otros planes, la tomo en brazos haciendo que se sentara en su brazo derecho mientras la cargaba.

La princesa de las serpientesWhere stories live. Discover now