Capítulo 6

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La verdad es que mi idea de bajo perfil terminó de irse al carajo, la mierda y todos los derivados de las maldiciones, cuando me encontré en la mesa con las pocas personas con las que mantenía comunicación en toda la universidad: Esto debía ser una broma.

Ahí estaban Gabriella, Camille y mi estimado Johan. El resto de los sentados en la mesa me importaban bastante poco, creo solo saber el nombre de unos dos. Entre ellos está el chico de la fiesta que habló con Gabriella antes de ir a casa: Peter. Al parecer el chico, esta vez sobrio, tenía un carácter más inhibido vislumbrado en su postura junto con los movimientos nerviosos y torpes de sus manos. Tengo que reconocer que me hizo sonreír burlescamente en mi interior hasta que me di cuenta que no estaba en posición de ello.

Había olvidado la última vez que me sentía incómodo en un silencio de mesa. Claro, era imposible no estarlo si las miradas estaban sobre mí.

Ya que nadie decía nada. Tomé aire tratando de sonar natural.

—Hola, ¿qué hacen? —mencioné con perfecta neutralidad, no obstante, parece que eso no fue suficiente.

—¿Tú no te ibas temprano hoy? —respondió Johan con una pregunta completamente distinta.

—Estoy aquí, ¿no? —respondí irritado pero tratando de hacerlo pasar como una respuesta humorística.

—Pensé que odiabas socializar —susurró rodando los ojos—. Esa chica es bruja, en el buen sentido. O quizás te drogó —agregó pasándome las manos delante de los ojos viendo mis reflejos. Esta vez yo rodé los ojos en respuesta.

En ese momento una bandeja de plástico con piezas de sushi se posicionó a mi lado.

—Tendría entonces que ser una hechicera, no una bruja —respondió Kath para anunciar su llegada.

—Yo diría que bruja, porque yo no veo esto como algo positivo —contradije.

Ella me sonrió antes de comer la primera pieza de sushi.

—Márchate —respondió con desinterés mirando su comida: Una mentira, seguramente quería probarme o algo así.

Por un segundo estuve a punto de simplemente hacerle caso. Pero finalmente me decidí a simplemente hacer el desentendido del comentario. Aunque fuese extraño en mí: quería quedarme. A pesar de considerar los muchos contras de lo que me quejaba hace unos minutos de la excesiva atención, quería ver que tanto podía manipular las cosas saliéndome con la mía, incluyendo factores independientes.

Mantuve la concentración dispersa entre mi compañía más cercana; Katherine, Johan y a veces Camille, ya que se dividía con el otro lado de la mesa donde se encontraba Gabriela, el tal Peter y otros especímenes que no me daban buena espina simplemente por los comentarios que los había escuchado con respecto a visiones políticas y sociales, o como yo suelo llamar: una manga de monos con discursos memorizados. En mi lado de la mesa, si bien las discusiones parecían más banales, también se encontraban más rodeadas de inteligentes sarcasmos, ironías -en los que Johan a veces se perdía- y humor negro de ese calibre que comúnmente es fácil ofender a alguien por su carácter racial, étnico o sexual. Aunque por eso mismo se dieron ciertos temas bastante controversiales en opiniones. Debo decir más por mí que por otros, reconozco mi relativa intransigencia a ser convencido de cosas que jamás me han parecido bien, a pesar de su actual nivel de aceptación social. Podría decirse que, en ese sentido, soy bastante conservador.

Me mordí la lengua por tercera vez en estos temas tan complicados, a veces tenía que aprender a callar, ya que mis palabras no eran tan amables y una vez que veía que mi opinión no era algo válido para los demás debía callar, asentir y cambiar el tema. Aunque fuera levemente complejo, ya me era una costumbre.

Hilados por las venas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora