Capitulo 4

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Como toda mañana normal, abrí los ojos, y me enceguecí por el sol. Pero al ver donde estaba salte de la cama. Me puse mi vestido, el que había usado ayer, ese blanco que tanto me gustaba y una capa de las que me había hecho mi madre, también blanca, y salí de la cabaña.

Ni me di tiempo para desayunar, ya que corría el riesgo de que ya se hubieran levantado.

Hoy debería conseguir mas información de ellos, de que hacían aquí, y mas que nada, si habían visto a mi madre.

Pero no les diría nada hasta estar segura de que podía confiar en ellos.

Camine por entre los distintos tipos de arboles, respirando el aire fresco, pensando.

Al observar el sol pude ver que se había alzado bastante desde el horizonte, señal de que estábamos cerca del mediodía.

Entonces, para no perder mas tiempo, corrí. Pero no lo hice abruptamente.

Corrí como si de una pluma se tratase, apoyando levemente mis pies en el suelo y avanzando a pasos agigantados. Mis brazos flexionados se movían hacia delante y detrás.

Llegue a donde supuse que deberían estar, y no me equivoque. Allí yacían los enamorados, la chica sobre el pecho de Raiden, el chico tierra.

Ambos dormían plácidamente, con la respiración de cada uno acompasada.

Me pregunte que estarían soñando, que verían, en que pesarían.

¿Seria posible? ¿Funcionaria al igual que las conversaciones de los impuros?

Con fallas, fugas. No eran completamente privadas.

Me acerque a la chica, y puse toda mi concentración en ella.

Supongo que demasiada, porque me sentí caer, y caer, y caer.

Caí a través de un pozo demasiado oscuro para que yo lo viera. Aunque era una caída extraña.

Mis cabellos no ondulaban, tampoco mi vestido. Lo único que sentía era la sensación de vértigo típica de una caída

¿Cuanto habrá pasado? Horas, segundos, minutos, días, eternidades... no sabría decirlo. Lo único que se es que me encontraba en un lugar que conocía. Cosa que era imposible ya que yo nunca había salido de la protección que me brindaban los bosques.

-¿Que quieres que haga? No escucha, no quiere entender. - lloraba una señora cuyos ojos eran los típicos de un impuro, bellos, con algo de vitalidad en ellos, pero nunca lo suficiente. La mujer, de piel oscura pero bella igual, parece una especie de hindú, a juzgar por sus ropas.

- Haz que entienda, eres a la única que escucha. - dijo un hombre joven, rubio y pálido, con unos ojos marrón miel cautivantes, pero aun así, típicos de los impuros. Tenia un fuerte acento italiano y me pregunte cual seria su nombre.

- ¡Que no lo quiere hacer! - grito la mujer cortándolo.

A que se refería, no lo se. Solo se que la mujer estaba muy conmocionada y, el hombre, enfadado.

El escenario cambio, me difumine y me convertí en un ser incorpóreo, como cuando me incorporo al aire, la misma agradable sensacion

- Hijo! - grito la mujer entrando como un torbellino, mientras la mujer sacaba dinero de un cajón y unos documentos.

Pude ver el nombre que ponía en estos, Benjamín Perez y María Perez, nombres obviamente españoles. Era bastante obvio que esos no eran sus nombres, dado por su apariencia oriental.

Pero mis capacidades deductivas se congelaron cuando lo vi bajar.

Sentía que lo conocía, pero no podía saber de donde, ni cuando. Ni si quiera su nombre.

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