Un regalo especial

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-Anderson, me avergüenza mi despiste sobremanera, pero he perdido el regalo que me hicísteis ayer.

Anderson la miraba expectante, bajando el libro un poco más y procurando no estar tan espatarrado como lo estaba, dado que tenía un cliente delante. Lo cierto es que, al mostrarse ella tan distante, él también lo hacía. Siendo siempre amable y cortés como le habían enseñado.  Además, estaba esperando el momento propicio para invitarle a cenar en un tren muy especial, pero visto que le había estado evitando y además había perdido la invitación… tal vez la propuesta debía esperar. Sin embargo, no se esperaba su disculpa, aquel día nublado en recepción.

-Por lo que no puedo acudir. Lo siento mucho.

Miska dijo aquello de corazón. No quería engañar, solo explicar que perder un regalo le dolía. Más uno que le había causado tanta ilusión. El día de Navidad, en la Casa, todos despertaban con regalos. Absolutamente todos, aunque fuese una bolsita de carbón. Todos eran recordados por alguien. Y, para Miska, aquel detalle de la invitación, le recordó a aquellos bellos momentos. Porque no solo tenía malos recuerdos de la Casa, de hecho, casi todos eran buenos. Pero recubiertos de una mentira enorme. 

Vio una sonrisa encantadora en el rostro de Anderson.

-Tranquila, todos tenemos despistes. Se te olvidó en la mesa ayer -dijo rebuscando en unos papeles debajo del mostrador. Se le notaba ciertamente aliviado, pero también manteniendo un poco las distancias.

Le tendió el sobre para sorpresa de Miska. Pero antes de que Miska lo cogiese, Anderson se lo apartó un poco de la mano, mirándola. Sus ojos azules le parecían muy bellos, y su figura menuda muy bonita. Recordó cuando subió a su trineo y la pudo abarcar con el brazo extendido, acelerando su corazón aquella tarde atendiendo a Miska en recepción, y después de haber bailado con ella de una forma tan especial.

-Pero esta vez...

Miska dejó la mano en el aire, al igual que Anderson.

-Piénsatelo, es una experiencia única poder ver el día de Año Nuevo auroras boreales como las de aquí.

Miska sonrió. Sí que eran bonitas las auroras boreales, y estaba segura de que en aquella zona de Alaska también se verían preciosas.

-Lo haré -cogió el sobre de Anderson.

-Si te decides, acércate y siéntete libre de pedir toda la información que desees.

Miska guardó bien guardado el sobre. Cruzaron otra mirada de palabras pendientes por decir y Miska, algo nerviosa y arrepentida por su actitud, se despidió torpemente. Además, su cabeza estaba casi totalmente ocupada por su buen amigo Markus. Era como volver a estar con una familia que ya dio por perdida. Sin embargo, la mente fría que Miska procuraba mantener la ayudaba mucho.

~~~

Aquella tarde, cinco minutos antes, llegó al restaurante, que tenía una zona de bar abierta todo el día, para tomar un chocolate con Markus. Decidió que le contaría lo que realmente pasó. Todos estaban al tanto y lo había hecho de manera legal, aunque siempre la mirasen con miradas de reproche.

-¡Miska! -exclamó Markus acercándose, mientras entraba por la puerta del bar. Llegó unos 5 minutos tarde, propio de él. Miska estaba sentada con un chocolate humeante recién puesto. Observó que Markus también traía las orejas tapas con una bandana, al igual que por la mañana.

Miska le sonrió y se levantó para darle un achuchón. Markus le revolvió el pelo. De pequeños ya se lo hacía, entre otras muchas diabluras. Echaba de menos estar entre los suyos.

Un duende en AlaskaWhere stories live. Discover now