Danza compartida

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-Hola Miska, ¡qué guapa estás!

No en vano, no pasó por alto su pelo verde. Le sorprendió ese tono de pelo, pero no dijo nada sobre él sabiendo que Miska lo había estado tapando tanto tiempo, hasta aquella noche.

-Anderson -saludó, girándose hacia donde venía el joven en traje-. Tu también estás muy guapo.

-Gracias. ¿Qué tal? -preguntó tocándole levemente el brazo antes de sentarse justo a su lado-. ¿Te estás divirtiendo?

Sus ojos marrones se enfocaban en los de Miska, haciendo que la charla pareciese muy importante, sacando a relucir su don de gentes.

-Sí, habéis hecho que esto tenga muy buen ambiente.

Ante el asentimiento de Anderson, le dio las gracias por la preocupación. Al ver que no tenía intención de levantarse de la silla alta, Miska le dijo:

-¿Dónde sueles dejar a tus perros cuando no vais a buscar a nadie?

-En el cobertizo, tenemos un gran colchón desplegable. Pero bueno, Nieve me dijo que le encantó conocerte.

A Miska se le escapó una risilla, imaginando cómo Nieve le decía a Anderson que ella era muy buena rascando tras las orejas.

Anderson tuvo que regresar a cumplir con sus obligaciones. Al alejarse, Miska se destensó un poco: iba más guapo de lo normal con ese traje, y no se esperaba que le sentase tan bien un traje así. Miska estuvo tomándose una copa mientras oía la música sonar. Cuando estaba acabándola y al ver que la gente también se animaba a bailar, se dijo a sí misma que aquella noche iba a disfrutarla bailando. Se acercó a la pista de baile.

La canción que había no era ni rápida ni lenta, y había una pareja de ancianos bailando cerca de ella con bastante fervor. Le hizo muy feliz ver esa vitalidad y esa alegría en personas mayores. Ojalá ella también viviera muchos años con una misma persona y siempre tuviera tantas ganas de bailar con ella. Y también pensó que ojalá siempre disfrutara bailando ella sola. El tiempo fue pasando para Miska, entre la barra y la pista, habló con un par de madres que habían ido allí a pasar las vacaciones y que la invitaron a bailar con ellas.

Lo que no se esperaba es que Anderson la propusiera un baile. Se le sonrojaron hasta las puntas de las orejas tapadas por la diadema. En todo momento la trató con respeto, al principio guardando las distancias y, en cuanto comenzó a sonar una canción lenta y tras llegar a la conclusión de que a ambos les encantaría bailar ese baile lento, sus cuerpos se juntaron más. Miska comenzó a notar mucho calor. Anderson también. Ambos notaron esa tensión por parte del otro. Pero cuando comenzaron a crear una íntima conexión, la canción se acabó. Pero esa tensión no cesó aún habiendo acabado la canción. Lo cierto es que ambos estuvieron en la cabeza del otro buena parte de la noche. 

Al día siguiente, Miska bajó a desayunar con su pañuelo verde, azul y blanco tapándole las orejas (y de paso recogiendo algunos mechones de pelo rebeldes) dejando atrás el gorro que solía traer. El Sr. Sky, tras la recepción, le felicitó la Navidad. Anderson no estaba. Cuando se fijó bien, padre e hijo no se parecían en nada. Anderson tenía el pelo castaño y los ojos marrones, y el padre los ojos azules y parecía haber sido rubio cuando aún no le habían llegado las canas. Ella le devolvió la felicitación con la misma alegría. Sin embargo, antes de llegar al restaurante, le pidió que aguardase un momento porque tenía algo para ella. Le tendió un sobre decorado con un lazo dorado y le felicitó la Navidad. Ella le devolvió la felicitación y cogió el sobre, con agradecimiento. Repleta de curiosidad, comenzó a leer el sobre por detrás:

Un duende en AlaskaWhere stories live. Discover now