La llegada

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Llegó puntual, a las 5 de la tarde. Aunque de no ser por el reloj, ninguno podría saber con exactitud qué hora era, porque en invierno la mayoría del tiempo era de noche. Anderson, tras pedirle coger su maleta, la aseguró en el trineo con numerosas cuerdas. Mientras, Miska se acercó al único medio de transporte usado en aquel pequeño y apartado pueblo, y subió con soltura. Había subido a muchos trineos y tenía mucha práctica (aunque en lugar de estar tirados por renos o perros, era tirado por los duendes, en un juego infantil durante los recesos de su enseñanza). El trayecto solo duró un rato, pero hacía bastante viento y no pudieron cruzar palabra. Sin embargo, Miska estaba fascinada por aquellos perros: su fuerza y su belleza era algo que no podía pasar por alto. Se fijó en que los guantes del hotelero escondían unas grandes manos que agarraban con fuerza las cuerdas de los arneses.

La Compañía de Transportes Sky, según se había informado, también regentaba un hotel restaurante. La Compañía Sky era la única que se encargaba del turismo en el pequeño pueblo. La verdad sea dicha: los duendes jóvenes y adultos en La Casa de Santa Claus se entregaban con cuerpo y alma y obtenían grandes recompensas monetarias. Recompensas que en La Casa de Santa Claus no utilizaban porque allí el dinero lo manejaba Santa, y porque no necesitaban el dinero para allí, sino para cuando salieran a la vida real, los que salían, porque no todos lo hacían.

Cuando aparcaron el trineo en un cobertizo, Anderson Sky se bajó para tender una mano a Miska y ayudarle a bajar del trineo. Su mano la apretó con un poco más de fuerza que cuando la saludó, pero no la hizo daño porque ejerció una fuerza adecuada. A continuación, Anderson, cortés, le bajó su maleta. En su antigua casa había duendes de todos los tamaños, a pesar de que el mito rezaba que eran seres de un metro, nada estaba más alejado de la realidad. No podía ver nada de aquel chico del trineo, ni siquiera la cara, pues iba cubierto con gafas, bufanda y un montón de capas. Pero cuando dijo que había sido un placer, le señaló la puerta que la adentraría al hotel y se marchó de nuevo por el camino por el que la había traído.

Respiró hondo y vio la puerta que le había señalado. Sin embargo, era feliz, seguía sintiendo esa libertad con la que ahora no tenía una misión en la vida asignada, sino que podía asignársela ella misma.

Con ganas de empezar aquella nueva vida, se adentró en el hotel. Tras aquella puerta había un pequeño vestíbulo color aguacate suave; con su mesa de recepción color marfil y una sala de espera con 4 sofás en torno a una mesita de piedra marrón clarita, adornada con un jarrón de flores y unas revistas. Un inmenso calor la inundó y se acercó a recepción.

Allí, un anciano la atendió. Estaba tras la barra de recepción: una barra limpia y con dos pilas de folletos sobre el Hotel Sky, descuentos, promociones... En el pecho del anciano pudo leer en su placa: Sr. Sky. Pidió como buenamente supo la primera habitación que había reservado en toda su vida. El calor de la estancia la empezaba a agobiar, pero tenía miedo de que se le vieran sus orejas. Aquel era un nuevo mundo para ella. Así que en cuanto le dieron las llaves, se metió al ascensor y el aroma a flores silvestres del vestíbulo desapareció. El ascensor era silencioso, tan solo roto por el sonido que hacía el habitáculo al subir.

Cuando el ascensor llegó a la última planta, la sexta, paró y abrió sus puertas. Por allí estaba una señora limpiando con un delantal y un carrito con elementos de limpieza. Miska supuso que sería alguna señora que estaba allí de vacaciones y le gustaba limpiar por las mañanas. En la Sección de Deseos Oscuros siempre reinaba la limpieza porque a la mayoría de los duendes les encantaba limpiar. De hecho, algunos tenían como hobbie la limpieza, pero esa es otra historia que contaremos en otro momento.

—Buenas tardes —saludó Miska en el pasillo, cuando tuvo a la señora de la limpieza al lado.

La limpiadora entonó un “Hola” casi obligado, seco y hasta un tanto desagradable.

Miska miró a otro lado, pensando si todos allí serían más como el Sr. Sky, agradables y simpáticos o distantes y huraños como parecía ser la limpiadora. Aunque entendió que si aquella trabajadora utilizaba ese tono, era por algo. A nadie le gustaba mostrarse desagradable y Miska creía que había una razón detrás.  De hecho, ella los últimos días en la fábrica había estado arisca y huidiza, mientras elaboraba su plan de despido. Sentía que la enviarían a su antojo a cualquier parte del mundo, en cualquier momento, e inconscientemente, su lenguaje corporal se alejaba de todo para intentar evitarlo.. 

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Anderson Sky estaba pletórico porque llegaban las fiestas de Navidad y, en esas fechas, mucha gente iba a hacer turismo a Alaska. El Hotel y la Compañía Sky ganaban en la época de Navidad lo que no ganaban en medio año. Por eso, ese día, Sky tenía que ir a recoger al aeropuerto a 4 grupos más. Todos solían sorprenderse de ir en un trineo tirado por Huskys, aunque en internet se hablase de esa experiencia ligada al hotel Sky. Eso también suponía poder practicar más con sus huskys para prepararse para la carrera de trineo con sus huskys a la que se presentaba siempre desde los 14 años, pero que nunca había ganado. Aquella mañana había practicado con sus perros a máximas velocidades y, en el segundo trayecto, la chica que había recogido en torno a las 5, parecía que ya había tenido la experiencia anterior de viajar en un trineo. Era algo que no se solía ver.

Pasadas las 2, terminó de recoger a dos grupos de personas y llevarlas al hotel. Sus perros también disfrutaban de la nueva compañía, de correr, de sentir el aire entre su pelaje. Una vez hubo llevado a los últimos huéspedes, cerró para un par de horas el portón del cobertizo. Allí los nuevos huéspedes, una pareja de unos 40 años, acariciaron durante un rato a los Huskys. Hacía dos semanas que solo veían a la familia Sky, así que estaban muy felices.

Por fin, después de varias horas vestido de esquimal, pudo quedarse con un jerséy granate, vaqueros y botas de nieve. Reemplazó a su padre en recepción mientras él y su madre comían en una mesa cercana a la de los dos nuevos huéspedes. La cocinera del pueblo trabajaba para ellos y solía preparar para cada mesa individual un platito de galletitas o saladitos antes de la comida.

Un duende en AlaskaWhere stories live. Discover now