7 de noviembre de 1992

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7 de noviembre de 1992

    Estaba ya anocheciendo y el cielo se presentaba nublado y gris cuando me dispuse a franquear la entrada. Sentía que una vez cruzase la puerta del cuartel, dejaría de ser libre. Un futuro inmediato e incierto se cernía ante mí. Algunas personas veían el servicio militar como parte de la vida, como una etapa natural que hay que pasar antes de convertirse en adulto; pero la mayoría de los jóvenes lo

C o m p a ñ í a N º 1 2 | 45

veíamos como un corte violento en nuestras vidas, dejábamos de ser personas libres y civilizadas, perdíamos nuestros estudios o nuestro puesto de trabajo y debíamos hacer durante aquel periodo únicamente lo que nos ordenaban, sin pensar.

-¿Qué más se podía pedir? – se dijo Martín, equipamiento militar, armamento y una pista americana, por supuesto como no podía ser de otra manera embarrada. Llevaban ya una semana de endurecimiento, fase en la que prácticamente de lo único que se trataba era de minar las fuerzas de los soldados haciéndolos reptar por cualquier tipo de terreno, cuanto más escabroso mejor. Pero para Martín esto era de lo más divertido, desde niño había vestido ropa de marca y uniforme para ir al colegio, si se le ocurría tan solo sentarse en un banco del parque su madre le daba una azotaina, tenía que ser muy cuidadoso con la ropa; Ahora se trataba de lo contrario, cuanto más barro portase encima más felices parecían sentirse los mandos. Mientras que algunos soldados mostraban una cara amargada, triste, como si fuesen a romper a llorar en cualquier momento, él debía de concentrarse para no mostrar una sonrisa o soltar alguna carcajada cuando los ordenaban hendir la cabeza en el barro. Realmente la fase de endurecimiento parecía tener sentido, con el paso de los días, los charcos se veían como lagos, mejor aun, como la piscina del vecino, a la que Martín se colaba cuando no estaban. Si, ciertamente el cuerpo y el cerebro se iban endureciendo, habituándose rutinariamente a sumergirse en el agua limpia de los arroyos, en el agua gris de los charcos o en agua negra y mal oliente de las alcantarillas.

-¡Por las cloacas reptaremos, entre la mierda del enemigo, hasta las letrinas, por ahí entraremos y les daremos por el culo cuando estén cagando!- Gritaba el sargento.

Compañía Nº12Donde viven las historias. Descúbrelo ahora