Capítulo 8, primera parte

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Tres ataques en menos de quince lunas. Una clara provocación.

Ante la retirada de los puestos de vigilancia fronterizos de la Guardia Roja, los Nocturnos se habían cebado con sangre del Valle de Thrain. Sus habitantes, impotentes ante la constante amenaza que se cernía sobre ellos, enviaron a varias personas en busca de ayuda.

Lem el piernasflacas, el hijo más joven de un pastor de ovejas del Valle, permanecía sentado en un cruce de caminos. Había buscado en vano algún rastro de los Cazadores durante tres días, pues se decía que estos seguían deambulando por las tierras de Norte. Había preguntado en las aldeas, en las granjas y en las posadas, pero no había obtenido respuesta. Desesperado, se sentó sobre una roca, y comenzó a tirar piedrecitas al camino. Cualquier movimiento con tal de combatir el frío.

No reparó en las dos atléticas figuras que avanzaban a trote ligero hacia él hasta que los tuvo casi encima. Uno de ellos se detuvo a escrutar el horizonte, mientras que el otro se le acercó. Su aspecto era inconfundible, aún para un muchacho que nunca había visto a un Cazador Negro.

Varias horas después, el joven que Mur y Tommund habían llevado a Lenila relataba su historia con los ojos húmedos. Un grupo de unos cuarenta o cincuenta Nocturnos parecía haberse instalado en las cercanías del Valle de Thrain.

─ ¿Es la ocasión? ─ preguntó Mur.

─ Realmente tentador ─respondió Lenila mientras acercaba un vaso con caldo caliente al agotado muchacho ─ Ya deben estar al tanto de lo ocurrido en la Torre de Fuego. Saben que somos entre treinta y cuarenta. El número de Nocturnos que se muestran es el adecuado, y también el lugar. Thrain es un valle aislado, que posee extensos pastos y campos de cultivo, casi desprovisto de árboles, y carece de fortificaciones donde poder defendernos. Solamente podríamos ocultarnos en alguna aldea.

El chico dejó de sorber el caldo caliente que mantenía entre las manos, miró a la bella Cazadora con el temor esculpido en su rostro, y habló de forma dubitativa.

─ ¿Creéis que os quieren tender una trampa o algo así? Pero…Vendréis, ¿no?

Lenila volvió a llenar el vaso del joven pastor, y miró a los ojos de Mur. Este comprendió. Era la ocasión.

La noche que siguió al tercero de los días que transcurrieron desde que localizaran al muchacho, algo más de treinta Cazadores formaban ante una humilde aldea situada al fondo del Valle de Thrain. El poblado ni siquiera presentaba una empalizada de madera, aunque estaba edificado sobre un promontorio terroso que se elevaba del suelo a través de una suave pero prolongada pendiente, suficiente para que un eventual atacante se lo pensara dos veces antes de correr a través de ella. Y si lo hacía, debería atenerse a las consecuencias.

En la amplia llanura que precedía al inicio de la ascensión, aproximadamente a dos estadios de distancia de la pequeña aldea, una negra nube formada por seres de la noche oscurecía el campo de cereal que momentos antes había permanecido claramente iluminado por la luna llena.

─Son menos de cuarenta, Alasdair ─ silbó con regocijo la voz de uno de los generales del ejército que iniciaría la ocupación de las tierras entregadas por los hombres ─ No habrá suficiente sangre de Cazador Negro para todos.

Bajo el mando del temible Nocturno, dos millares de moradores de la oscuridad esperaban ansiosos el inicio de la contienda. Varios estadios a su derecha, ocupando lo alto de una colina, una sección completa de caballería de la Guardia Roja había sido enviada para apoyar a el ataque. No parecía que su presencia fuera en absoluto necesaria, pero los Ancianos preferían asegurarse.

Alasdair, ataviado con la cota de malla que había portado en la reunión con los representantes de Ciudad Oníria, varias noches atrás, avanzó unos pasos y desenfundó una esbelta hoja negra que alzó hacia el cielo. Trescientos de sus soldados se adelantaron e iniciaron la carrera.

Cazadores Negros, Relato breveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora