5

7 1 0
                                    

   La alarma sonó. Ese hermoso sonido que cada día lo salvaba de la tortura de clases. La vida en la Universidad no era tan fácil como se lo habían dicho sus padres.

- No te preocupes, cuando llegues a la Universidad tendrás la madurez para saber que es correcto y que no. La vida ahí no es tan dura como parece, solo relájate.

Las mismas palabras de su padre en cada plática que tenían cuando él planteaba la posibilidad de abandonar los estudios. Necesitaba un descanso en su vida, y pronto, de lo contrario iba a enloquecer con tanta información que clase tras clase recibía su cerebro.

- Hola, Joshua. ¿Tienes planes para hoy?

Ahí estaba su escapatoria perfecta. Otro sonido agradable para sus oídos. Evie, la chica que consideraba más hermosa en toda la escuela. No era demasiado alta como las demás chicas de su edad, pero tampoco tan baja como para parecer una niña, era mas bien, como a él le gustaba definirla: de la estatura perfecta. Pero él nunca se había considerado digno de alguien como ella.

El cabello negro y lacio de ella, recogido detrás de la oreja y suelto del otro lado, hacía una combinación perfecta con su cabello castaño oscuro alborotado y rebelde; el cuerpo de Joshua nunca había sido dotado, no tenía el cuerpo atlético de los demás de su edad, ni era tan alto como ellos, era mas bien de complexión delgada, estatura promedio. A veces eso le incomodaba pensar en la competencia, si es que existía, se consideraba en desventaja física. Solo estaba el detalle de la edad para completar el cuadro perfecto: Evie era de veinte años, la edad correcta para alguien iniciando la Universidad, pero él acababa de cumplir los 18 años. Aún así, Evie mostraba cierto interés en él sin preocuparle la edad, y él desde la primera vez que la vio no hacía otra que pensar en como decirle lo que sentía por ella.

- Hola, Evie. No, de hecho, estaba pensando en que podía hacer hoy para salvarme de la tarea.

- ¡Oh, vaya! Yo iba a pedirte que me acompañaras la galería que nos dejó visitar el profesor de Artes. Pero si no quieres saber de la tarea, no te molesto. – Él vio como se desilusionaba mientras le decía eso.

- No, no, no. Esta bien, me parece excelente la idea. ¿Vamos? – Dijo tratando de rescatar la oportunidad con ella.

- Tengo que pasar a mi casa a cambiarme y dejar mis cosas. Te veo en una hora aquí, ¿esta bien?

- Es una ci... digo, es un hecho. – Por poco metía la pata.

Ella le sonrió y dio media vuelta. La vio partir rumbo a su casa y cuando ya no estuvo más al alcance de su vista comenzó a lamentarse del acuerdo. Él vivía demasiado lejos de la escuela como para ir a su casa y hacer lo mismo, y no había nadie esperándolo sino hasta más tarde y no tenía manera de avisarles, sus padres eran enemigos de los celulares y nunca quisieron tener uno. No le quedaba más remedio que atenerse al regaño de su padre más tarde, pero valdría la pena.

Fue a caminar un rato al parque cercano, sus padres siempre lo llevaban ahí cuando aún vivían por el rumbo. Era un niño en aquellos días por lo que solo recordaba el lugar por las anécdotas que se contaban cada cena familiar en Año Nuevo.

Los años se habían hecho notar en el lugar. El deterioro en las calzadas que se entrelazaban era muy obvio, los adoquines quebrados, algunos faltantes y otros más decolorados. Los pastos no estaban tan cuidados como aquel entonces, pero si habían recibido atención año tras año. Los árboles habían sufrido el contacto con los humanos, las clásicas siglas talladas con una navaja enmarcadas por un corazón, pedazos de goma de mascar pegados como decoraciones de Navidad les daban color a varios árboles de ahí. Las bancas... por mucho que se volvieran a pintar, el óxido ya había hecho su trabajo con ellas. Pese a todo, aún era uno de los lugares más concurridos por las familias y las parejas.

Santuario LunarWhere stories live. Discover now