Santuario Lunar

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La Gran Puerta estaba por fin frente a ellos, los caballos mostraban señales de agotamiento, pero su aliento y sus ojos deseaban la muerte de los que estaban detrás de esas murallas. Sus jinetes no ambicionaban menos que sus monturas; arropados con capas negras hechas tirones, y máscaras de plata cubriéndoles el rostro.

A lo lejos se escuchó el eco de una trompeta que alertaba de su llegada. Invasión, lloraba la trompeta. Invasión. Cinco sombras se adelantaron a los demás. La figura del centro miró a sus compañeros a través de su máscara, los demás entendieron la señal. El segundo a su izquierda alzó el puño lo más alto que pudo y un rugido de batalla resonó en todo el Valle.

El personaje que figuraba como líder en unos instantes se encontraba frente a la Puerta, cruzando el resto del Valle como si hubiera doblado el espacio. Colocó su mano derecha sobre ella, y sin mayor esfuerzo, la Gran Puerta de Plata voló en pedazos hacia el interior de la Ciudadela, provocando caos y destrucción sin precedentes dentro de la Ciudadela.

A su espalda, los jinetes emprendieron la marcha haciendo retumbar el cielo con el sonido de cientos de miles de herraduras. Las otras cuatro figuras a pie se colocaron a un costado de su líder del mismo modo en que este último había cruzado el Valle, y con calma se adentraron entre escombros y llamas para cumplir su misión.

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El sonido de la trompeta se había escuchado hasta el interior del edificio, y sabía que la señal significaba tragedia. Elem corrió a través de los pasillos para llegar a la puerta del Edificio Principal, pero en el camino un gran estruendo hizo cimbrar todo el lugar y lo obligó a buscar apoyo en las paredes para no caer.

Otros tantos salieron corriendo a través de los pasillos sin darle importancia a su presencia. Entre los gritos logró distinguir unas palabras: invasión, puerta, escombros. La situación sonaba tan ilógica si uno se ponía a pensar en cuantas posibilidades existían de que una invasión se pudiera dar en la Ciudadela, o que hubiera la posibilidad de existir escombros cuando la trompeta acababa de sonar no hace mucho.

Se reincorporó como pudo y corrió mezclado entre el resto de los soldados. Desde unos metros antes de salir, el panorama que se mostraba a través de la enorme entrada le provocó náuseas; el cielo empezaba a oscurecerse a causa del humo y miles de lenguas de fuego volaban por doquier. En el ruido se mezclaban gritos, desesperación, trompetas de guerra, galope de caballos, y sonidos de espadas, flechas y lanzas estrellándose por doquier.

Su sangre se congeló cuando sus ojos pudieron percibir la imagen completa de la Ciudadela en caos y fuego. La idea de una invasión ya no sonaba tan ilógica. Sus compañeros descendían por las escaleras con prisa por incorporarse a la batalla, él dudó en ese momento si era lo correcto. Los Capitanes no habían dado órdenes, ni señales de su presencia, lo que significaba que sus compañeros actuaban por instinto.

Sin darse cuenta, una sombra se proyectó sobre las escaleras proveniente desde lo alto del Edificio Principal. Era la sombra de un solo individuo con una sola intención: acabar con ellos. La luz que siempre emanaba del Cielo no le permitió ver a los soldados la identidad de su oponente, pero sabían por instinto que no tenían oportunidad contra él. La sombra en las escaleras se extendió aún más, cuando de la espalda del agresor aparecía un enorme abanico de espadas, desplegándose en el aire como plumas de pavorreal. A un solo ritmo, las espadas apuntaron hacia abajo y comenzaron a llover sobre todos ellos.

Elem logró salir de sus pensamientos y dudas demasiado tarde, sus compañeros empezaban a caer uno tras otro ensartados por una lluvia de metal. Giró tan deprisa que no pudo reaccionar cuando uno de sus compañeros se abalanzó contra él para apartarlo del camino de una espada. Los dos rodaron por las escaleras en medio del metal, cuerpos y sangre derramada.