Insinuación Irrevocable

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Todos los días se me arma un lío al momento de decidir con qué ropa ir a la oficina. Para la gente que trabaja en relaciones públicas la imagen lo es todo, aunque creo que más bien esa es la excusa que pongo siempre para vestir de la forma más sexy posible, pero es que el hombre que tengo por jefe me tiene como estúpida. Sólo con escuchar su voz y estar frente a él se mojan mis bragas inmediatamente. Por lo tanto sí, la imagen sexy lo es todo en un trabajo como el mío.

Esta mañana he decidido vestir algo sencillo, por así decirlo. Una falda color champagne pegada hasta las rodillas con una leve abertura en la parte de atrás, una blusa negra con mangas largas y holgadas con un escote que pronuncia las dos buenas delanteras que me cargo. Zapatos negros de taco aguja y cero medias, la verdad es que no las necesito porque tengo la suerte de tener unas piernas bronceadas y bien cuidadas. Mi cabello lo llevo suelto, dejo que sus ondas bien definidas adornen mi espalda y mis hombros. Mi maquillaje es sencillo porque una no debe abusar mucho de él, ya saben, por esa teoría que a los hombres no les gustan las mujeres tan maquilladas, así que lo único que llevo es un brillo rosa viejo en los labios y pestañas bien rizadas con mascara oscura con un suave tono de sombra blanca en los lagrimales de mis ojos almendrados.

Obviamente no puedo dejar de lado la lencería sexy que siempre me pongo, porque mantengo la esperanza que algún día estaré en manos de mi jefe y claro, no quiero que ese día me agarre desprevenida, así que llevo ropa interior blanca, conformada por un cachetero y un brasier de encaje semi transparente. ¡Ja! Si lo viera ese hombre se quedaría con la boca abierta, y no es por ser presumida, pero realmente este tipo de lencería hace que el cuerpo femenino se vea más deseable.

Salgo directamente a la oficina con mis lentes oscuros y el perfume que nunca me abandona, Euphoria de Calvin Klein. Uso ese en particular porque dicen que es perfecto para las mujeres independientes, activas y de alma joven, además su aroma es bastante sensual y nunca pasa desapercibido.

Entro a la empresa y me dirijo directamente a mi oficina para comenzar con las labores diarias. Revisar correos, responderlos, estar pendiente de mis clientes, llamadas telefónicas bla bla bla y esperar ansiosamente que la voz de mis sueños me llame para revisar los pendientes del día, y claro, como si tuviera un hada madrina mis deseos se hacen realidad. Suena mi teléfono y respondo.

–¿Hola?

–Laura, necesito que vengas a mi oficina–. Pide con voz seria.

–Claro señor, ya tengo listo el status– "¡Ayyyy esa voz! Respira Laura, respira"

–No, te necesito para otros asuntos. Acá te espero.

"¿Otros asuntos?" no tengo ni que decirles todo lo que está pasando por mi mente en este preciso momento, pero mejor me tranquilizo y voy a su oficina, más conocida como "la oficina de la perdición" porque cada que entro ahí me pierdo completamente.

Toco la puerta y entro para encontrarlo sentado detrás de ese elegante escritorio de madera tallada. No sé si soy yo, pero hoy está más bueno que nunca, aunque confieso que todos los días digo lo mismo, pero hoy tiene algo distinto. Lleva un traje color grafito con líneas verticales y una camisa blanca con los primeros botones sueltos, pero nunca deja verse elegante. Su cabello color cobrizo está levantado, dándole un aspecto más joven y fresco. Su quijada cuadrada lleva la marca de una barba crecida de dos días, sus labios forman una línea tan tentadora que dan ganas de separar con un beso, sus cejas están inclinadas un poco hacia abajo por la concentración y su mirada azul está dirigida a unos documentos que tiene en las manos... mmmm esas manos, que no harían en mi cuerpo... "por favor Laura ¡concéntrate!". Doy dos pasos hacia el frente para recordarle que acabo de entrar y aclaro mi garganta, ya que cuando este dios se pone a leer algo, no hay quien lo saque de su mundo.

Historias de una Cama MojadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora