Capítulo 2: "Acciones y Reacciones"

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A la mañana siguiente luego de pasar la madrugada en vela ilógicos conflictos se desarrollaban en mí. El suceso vivido de anoche me dejó llena de muchas cosas pero la más que me mortificaba era la necesidad de obtener respuestas. Tenía tantas preguntas. Quería poder contarle a alguien, pero sabía que eso no sería posible, al menos no por ahora. Mis padres no me entenderían, ni si quiera se esforzarían por intentarlo. Y Vanessa mi mejor amiga, leal y confidente estaba prohibida. Mi madre cómodamente prefirió culparla de todo, negándole el acceso a mi casa, y su aproximación a mí. Sabía que tarde o temprano mi madre recapacitaría y entraría en razón, pero aun era muy pronto para ello, por lo que no quise pelear más contra la corriente, no quería por ningún concepto darle otro motivo para que me enviara a más terapia con la doctora Carlson quien al parecer todo resolvía curarlo a son de pastillas.

-Scarlett, ¿ya estás lista?-mi madre preguntaba con voz cantarina, tocando la puerta. Desde “el suceso” siempre quiere sonar alegre y vivaracha como si pudiera con eso olvidar lo que pasó y lo que aun sigue pasando. Llenándolo todo de falsa alegría.

-Sí, ya salgo-respondí terminando de atar mis botas.

-¡Pero qué hermosa te ves, cielo!-Era reconfortante ver a mi madre intentar engañarme por amor. Ambas sabíamos que mentía, no me veía bien. Daba lástima. Pero ninguna lo decía en voz alta. Éramos condescendientes la una con la otra. Yo pretendo que acepto el halago sonriendo y ella que lo hago dándome un abrazo.- Tu padre ya está en el auto, apresúrate.

-Te veo en hora y media- le digo en el tono de voz menos aborrecible posible y le doy un beso en su mejilla.

Cojo el abrigo del perchero que está justo al lado de la puerta de entrada. Bajo al lobby del edifico, el guardia Ramón me saluda y me dirijo hacia el parqueadero, llego al Subaru de mi padre, quien está con una sonrisa apagada en el volante. Al sentarme no arranca como se supone que haga, se queda viéndome con un brillo algo decaído en sus ojos.

-¿Qué? ¿Todo bien papá?-inquiero poniendo esfuerzo en no sonar grosera.

-Sí, hija. Um, ¿quieres conducir hoy?

No evito arcar las cejas en señal de asombro e incomprensión. No se me tenía permitido volver a tomar el volante y el que papá me cediera eso una vez más, me hizo sentir que no todo estaba perdido y tal vez volvería a retomar su confianza. -¿Estás seguro de eso?

-Totalmente.

-De acuerdo.

Conduciendo con el doble de cuidado, llegamos al centro médico Cohem. Alto edificio de rojos y pardos ladrillos, con ventanales estilo bóveda, donde hay un sin número de especialistas médicos. Aquí las oficinas de la Dra. Carlson, mi psiquiatra. Es duro mencionar esa palabra y más aceptar el hecho de que soy paciente de una. Llevo atendiéndome ya mes y medio y no veo la hora en que me den de alta. Al entrar como robot me dispongo a llamar el elevador, que llega más pronto de lo que esperaba o mejor dicho deseaba. Sus puertas se abren de par en par dándome una desagradable bienvenida a otra sesión de martirio. Siempre mantengo la cabeza baja, postura ya normal en mí. Por lo que no fijo bien ni para donde voy, entro y siento mi hombro chocar con el de otro que salía.

-Oh, lo siento-murmullé automáticamente. ¿Por qué diablos no te fijas por dónde vas? Al ver con quien tuve coalición no pude esconder la impresión. Un joven, con expresión poco amigable me dio una fulminante mirada que luego suavizó convirtiéndola en una de cierta sorpresa. Vestía una chamarra de cuero negro, y llevaba su cabello de mediano largo oscuro, desordenado cayendo sobre su rostro al cual no le pude apreciar bien sus facciones, solo alcanzando a cachar la sombra de una barba.

Juro que por un momento sentí el tiempo detenerse y mientras mi padre inconscientemente me empujaba hacia dentro del elevador yo tropezaba con mis propios pies mirando espabilada los ojos de aquel desconocido. Hermosos y enigmáticos de un color amatista como nunca antes había visto en una persona real me robaron el aliento. Él quien se apreciaba muy aturdido ladeó bruscamente su cabeza obstruyéndome el seguir acosándolo. No obstante no hacía falta. Ya esos ojos se habían grabado en mí. De repente me eran familiares.

Amanecer de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora