5. La apuesta

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Madison

 Me desperté con mi alarma. Estaba tan confundida, me dolía la cabeza. Pero de repente recordé lo que había sucedido ayer y sentí una ganas tremendas de llorar y golpear a quien primero se me cruce.  «Y vos pensabas que nada iba a atropellar tu felicidad, ja. ¿Y adivina que pasó?» se burló mi consciencia. Encendí mi celular, “19° despejado. 6:37”, genial, ahora hará calor como el infierno a la tarde, la vida me sonríe, -¿se llega a notar mi sarcasmo?-.

 Agarré mi bolso y saqué una musculosa negra, bastante simple, un short gastado y mis vans blancas. Fui al baño y peiné mi pelo. Decidí hacerme una cola de caballo alta, dejando pocos mechones sueltos en mi rostro para que se refleje simpleza y que me importa una mierda si no es el mejor peinado, soy así y con eso basta. El maquillaje fue el de siempre: base para unas pequeñas imperfecciones que tenía, rímel para mis pestañas y un gloss para mis labios. Me miré al espejo «tranquila, todo estará bien. Tú puedes con esto» y por alguna razón decidí creer a mi subconsciente.

—¡Madison! ¿Cómo estás? —me giré para ver a Sophia. Enseguida se lanzó al abrazarme.

—Ya, ya, estoy bien, no te me tires encima que me asfixias. —mentí. No estaba bien pero tampoco era para ir a demostrarles a todo el mundo que estaba mal, ¿o no?

—Perdona —dijo la rubia separándose de mí—¿En serio estás bien? Digo, después de lo que... —la interrumpí.

—Sí, enserio, estoy bien, Soph, no te preocupes. —dije esbozando una sonrisa para que se tranquilizara.

—Okaaaay —soltó una risita, yo arqueé una ceja.—Nada, ¿vamos a desayunar? —Asentí e inmediatamente salí corriendo hacia el comedor. El desayuno estaba listo. ¿Y qué era? Café con leche y galletas con Nutella.

—Awwwws, ¡¡COMO TE AMO AMIGA!! —abracé fuerte a Soph.

—Ya, ya, basta que me asfixias —dijo tomando las palabras que le había dicho hace unos segundos atrás.

—Perdona —solté una risa.—Bueno, ahora iré a desayunar porque me estoy muriendo de hambre. Dije señalando mi estómago y, literalmente, salté hasta la silla haciendo que se me caiga encima.—¡¡AUCH, MI CULO LA PU...!! —Sophia me interrumpió.

—Sh, sh, sh, no malas palabras en casas ajenas. —dijo moviendo su dedo índice. Levantó la silla que tenía encima y me levanté. Le hice un gran gesto con la mano, levanté mi dedito del medio y empecé a desayunar.

—Me rompí el culo y a vos te importa que no diga malas palabras en casa ajenas... ¿qué pensás? ¿Que tengo diez años? —un tono enojado salió sin querer.

—Perdona, pero no me importa que te rompas el culo, lo que me importa es que me faltes el respeto. —la rubia empezó a reírse. Yo estaba terminando mi desayuno.—Nah, mentira, yo te quiero Madd y lo sabes.

—Nadie se resiste a estos encantos —dije mordiéndome el labio para lograr una carcajada suya. Lo logré, como siempre.—¿Ves? Hasta te harías lesbiana por mí. —¿Y mi plato de galletas con Nutella? Ah... me las comí, mierda, tengo que dejar de comer tan rápido.

—Exagerada, no me haría lesbiana por ti. Pero si fuera lesbiana te violaría.

—Ejem... ¿gracias? —y empezamos a reír como focas retrasadas.

 Después de todo el trayecto del desayuno nos dirigimos a la cárcel, conocida como secundaria. Re bonito todo, ¿no? L U N E S, la palabra más odiosa de todo el mundo. No conozco una maldita persona que ame los lunes. Al ingresar, Sophia me dio todos sus apuntes, mierda. Son como cuarenta hojas. «Mierda y más mierda». Luego me despedí de Soph con la excusa de que necesitaba pensar. Y era cierto en cierto modo. Necesitaba pensar. Porque, después tendré que volver a mi casa y enfrentar a mis padres. A ese maldito divorcio. Quería que todo fuese una estúpida pesadilla, pero sé que eso es imposible.

CambiumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora