Capítulo 20

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Bueno, bueno y bueno. Ir al aeropuerto con alguien como Dylan Hoyt tenía su riesgo.

 Que me dijera de ponerme una peluca para que mi vida no fuera un infierno, lo entendí y acepté gustosa. Pero ese presentimiento de que sabes que alguien te está mirando, me volvió loca durante la espera de nuestro vuelo. Sabía que había paparazzis, y que nos harían millones de fotos pero, Dylan estaba muy atento a mí y no dejaba neurotizarme por ese asunto –aunque estaba ya en mi límite–.

Pero eso ya había pasado, y ya estaba sentada en primera clase –o mejor dicho recostada– y volábamos sobre el cielo estadounidense sin ningún tipo de problemas. Yo, que nunca había cogido un avión en mi vida, estaba muy relajada. Y si a eso le añado la constante intervención de las auxiliares de vuelo con sus almohadas y copas de champán, ¡¡esto era un lujazo!!

En cambio, mi compañero de viaje había optado por empastillarse antes de subir al avión, según él, para llegar descansado a París y nada más llegar, dedicarse a ensayar por completo. Pero antes de quedarse dormido, y he de decir que como un bebé, lo había visto de reojo sacarse una foto a los pies. No voy a decir que fuera raro ni que me sorprendiera, pero no le pregunté y ahora me quedaba con la duda.

Sin embargo, que estuviera dormido me ofrecía múltiples oportunidades. La primera de todas ellas era verlo dormir, y observar sus labios carnosos y barba de unos días. Era todo un espectáculo, sobre todo porque nadie parecía conocerlo. Quise retener esa imagen en mi mente.

El vuelo se me hacía muy, muy largo. Estaba tan excitada por llegar a París, que no podía dormir, era la única que mantenía los ojos abiertos. Aunque las auxiliares me recomendaban ver una película con auriculares, yo prefería ver a Dylan dormir.

Era tan vulnerable en aquel momento, que no podía apartar la mirada de él. Eso me hacía preguntarme muchas cosas, como “¿Te gusta Ysolde?” o mejor aún “¿Qué clase de idiota eres si te gusta Dylan?”. Pero no quería darle más razones a mi razón para que no construyera más muros entre él y yo. Hasta el día de hoy, lo estaba considerando una amistad y nada más, aunque por dentro me moría cada vez que me hablaba y sentía mi corazón latir a ritmo de mambo.

*****

Respirar el aire de París era casi un sueño, y más, después de un vuelo transoceánico. Pero por fin pisaba tierra firme y me sentía contenta y feliz. No entendía nada de francés, pero no tenía problema alguno, ya tendría otra forma de hacerme entender.

A Dylan le había costado mucho despertar de su sueño. Andaba un poco grogui, y los dos estábamos deseando llegar al hotel y descansar. Llamó a alguien, y un coche nos recogió.

En el camino, iba notando el sueño acumulado, y deseaba llegar a mi habitación y tirarme de cabeza en la cama. Notaba un dolor terrible en las cervicales, y me iba a costar un montón poder relajarme y dormir bien. Giré el cuello a la derecha lentamente, y luego hacia la izquierda, intentando deshacer los nudos y Dylan, que me estuvo observando todo el rato, me dijo:

–¿Cervicales cargadas?

Me volví hacia él, y sonriendo le dije:

–La verdad es que sí, no he descansado nada durante el vuelo.

–No te preocupes –dijo, y cogió su teléfono móvil y tecleó rápidamente–, te está esperando un masajista en la habitación.

–¿El qué? –dijo sorprendida– Gracias.

–No hay de qué, además –dijo volviendo la vista a su ventanilla, por la que se veía un boulevar parisino– quiero que estés descansada para el concierto de esta noche.

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora