Capítulo 29

3 0 0
                                    

Cuando estaba amaneciendo, sentía la respiración de Ysolde a mi lado y me preguntaba porque aquel sonido me era tan natural. Me preguntaba si podría acostumbrarme a escuchar a Ysolde a mi lado para siempre.

Aunque no era la primera vez que dormíamos juntos, era la primera vez que dábamos rienda suelta a aquella pasión que estábamos sintiendo.

La primera vez que dormimos juntos fue cuando la recogí de un garito de borrachera. Nunca pensé que era necesitado por nadie, pero esa noche vi en Ysolde una indefensión que me hizo sentir responsable de ella, y solo dios sabía que yo nunca había sentido eso por nadie.

Se tropezó con todo en mi casa, tiró el vaso de agua que le di para beber, y me confesó –según ella– secretos que no le había dicho a nadie. Me dijo en susurros que creía estar enamorada de mí, y después se quedó dormida.

Desde esa noche, he estado esperando que me lo volviera a decir estando sobria, sobre todo para comprobar cómo se enrojecerían sus pómulos al decirlo.

Después de esta noche, todo ha cambiado para mí.

De pensar que Ysolde era sólo otra chica más, a creer que era la única.

En unas horas volvía a unirme al tour europeo –el nuevo concierto sería en Dublín–, y esperaba que Ysolde quisiera acompañarme, pero no solo para que me ayudara con los temblores durante el despegue y aterrizaje.

Entonces la vi gemir, y se revolvió contra las sábanas.

Le acaricié la mejilla mientras dormía, y deseé besarla sin que despertara, aunque sabía que sería casi imposible.

–Sé que me estás mirando –me dijo sin abrir los ojos.

–¿Cómo lo sabes? –le dije, una sonrisa se desprendió de mi boca.

–Lo noto.

La veía fruncir el ceño de manera muy infantil.

–Para ya.

–No, dímelo. ¿Cómo sabes que te estoy mirando?

Entornó los ojos hacia mí, una media sonrisa apareció en su cara y sentí su calidez en mis venas. Me acerqué hasta ella y le di un sonoro pico en los labios.

–Lo noto en el aire –dijo, y volví a darle otro pequeño beso en una de las comisuras–, se vuelve electricidad.

*****

–Vamos, tengo que hacerme la maleta –le dije, intentando quitármelo de encima con poca convicción mientras me besaba.

–Ah, ¿quieres que pare? –me retó.

Volvió a besarme y esta vez hundió la mano en mi cabello, con un pequeño masaje que me dejó extasiada.

–No y sí...–y capturó mi boca con un beso–, sí y no.

Y empezó a hacerme cosquillas en la cintura, mi punto flaco. Rodé como una croqueta sobre la cama intentando escapar de sus dedos mientras reía a mandíbula batiente.

–¡No, para! –le dije unas cuantas veces, hasta que paró de mortificarme. Y con un beso en la frente se separó de mí, dejándome sola en la cama con una sonrisa de oreja a oreja.

*****

Su casa era la hostia, con perdón. Tan grande, que me daban ganas de quedarme allí para siempre.

–Voy a hacerme la maleta –me dio un beso en la frente con dulzura–, como si fuera tu casa.

Y subió las escaleras hasta su habitación, lo que me daba una oportunidad de fisgueo.

En la planta de abajo ya conocía su salón, a la derecha estaba la cocina, que tenía una isla. Apuesto mil dólares a que el jamás ha tocado los fuegos de esta cocina, me dije para mí. Mire el frigorífico, su despensa que contenía cantidades ingentes de café y luego salí de esta buscando más habitaciones. Volví a la entrada y a la derecha encontré su despacho, muy masculino, con cuero marrón y las paredes completamente llenas de premios a su banda, GO! PLANET. Su mesa estaba atestada de papeles, por encima podía entrever itinerarios de giras e invitaciones a eventos.

Sin querer desparramar todos aquellos papeles, sufrí la tentación de coger uno de ellos y de tirarlos todos.

–¡Joder!

Me incliné a recoger toda la escurrimbre que había organizado en un segundo, y la vi.

Vi la foto que le di cuando me marchaba después de dejarlo dormir en mi cama la noche en la que nos conocimos, vi el "Te puedes quedar" que me quedó tan mal enfocado. Aún la tenía.

Puede que fuera una tontería. Quizá la olvido todo este tiempo bajo esta montaña de papeles. Quizá la ha guardado como un regalo del día en el que nos conocimos.

Puede que no signifique nada. Puede que lo signifique todo.

Salí de la habitación con una sonrisa tonta en la cara, deseando no equivocarme con él, pues ya estaba más pillada de lo que podía admitir. Deseaba que todo lo que en un principio me echaba para atrás de él, estuviera olvidado y que todo fuera bueno. Deseaba.

Esperaba que en esta ocasión, la suerte jugara en mi favor.

Lo deseaba tanto. Pero seguía teniendo miedo.

Atravesé la siguiente puerta casi sin darme cuenta. Era una habitación a oscuras sin ventanas. Encendí la luz y me encontré con una sala insonorizada llena de instrumentos musicales.

Seguro que él los toca todos.

Había una batería, un piano, un xilófono, guitarra española y también una eléctrica, y algunos instrumentos más de los cuales no me sabía ni el nombre.

Me acerqué al piano y toqué unas cuantas teclas con dedos temblorosos.

–Has encontrado mi sala de ensayo.

Di un respingo y ahí estaba él, en el quicio de la puerta mirándome sonriente.

–Sí, es una pasada –dije apreciando sus instrumentos–, aquí pasaras muchas horas ensayando supongo.

–La verdad es que sí –dijo mientras se acercaba a mí–, sobre todo tocando la batería.

Vi como la acariciaba, con cariño, pero sobre todo con respeto.

–¿Quieres que te toque algo?

–Por supuesto –le dije, y no pude evitar sonrojarme.

–Y algo de música también –y me dedicó su sonrisa lobuna–.

Cogió la guitarra española que había sobre un pequeño atril y se sentó sobre un taburete de piel roja.

–Esta canción es muy antigua, fue de las primeras que compuse.

Mi sonrisa se amplió mientras lo vi rasgar las cuerdas de la guitarra. Su voz era apenas un murmullo, estoy segura de que era la primera vez que lo escuchaba cantar una canción. Era sobre el amor perdido, y su voz se rasgaba junto con las cuerdas mientras cantaba.

Era el sonido más dulce que nunca había escuchado. Y era de Dylan.

Escucharlo cantar sobre un desamor que desgarraba el alma me hizo quererlo aún más si cabe.

Cuando terminó la canción me di cuenta de que había estado emocionada durante toda ella. Y vi que él me limpiaba una de las lágrimas atrayéndome.

–Me ha encantado –logré soltar con la voz compungida.

–No hace falta que lo jures –me dijo, y yo me acomodé en su pecho mientras se me pasaba.

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora