Aquella promesa

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Amelia

Aprieto el agarre de mis brazos en mis piernas tratando de detener el temblor que hay en mi cuerpo. Las lágrimas no cesan y pienso que el agua en la tina ha aumentado por ellas. Escucho los pasos detrás de la puerta, la vergüenza de que él haya visto lo que me sucedió me carcome; le agradezco lo que hizo pero también deseo que lo olvide. No quiero que nadie más se involucre en este problema, está es la cruz que debo cargar si quiero tener una buena educación.

Miro la toalla que me tendió hace unos momentos y por fin decido salir de la bañera. No tenía nada más que ponerme y si me iba ahora a los dormitorios, probablemente me encontraría a Nina —la monitora del dormitorio de las mujeres— y no sería algo lindo. Me rebajarían puntos por estar afuera del cuarto en la hora de queda, citarían a mi mamá por desobedecer una regla y averiguarían en donde me encontraba, el profesor Gray podría verse afectado e incluso podría perder su trabajo.

Extiendo mi uniforme húmedo encima de una canasta para la ropa sucia. Tres toques en la puerta se escuchan, giro hacia la puerta rezando para que a él no se le ocurriera entrar al baño. Abro la puerta lentamente encontrándome con una camisa blanca al frente de mi rostro, alzo mi mirada y el profesor Gray tiene su mirada al frente de él evitando tener contacto conmigo. Sonrío ante esa acción.

Tomo la camisa de su mano y me encierro de nuevo en el baño. Dejo caer la toalla y me coloco la camisa, usualmente evito el uso del brassier por lo incomodo que es; ¿por qué crearon un accesorio tan doloroso? Talla la espalda, aprisiona tus senos e incómoda tus hombros, te sientes como en una camisa de fuerza. No sé porque hoy me quise colocar y agradezco haberlo hecho, odiaría que el profesor Gray mirara otra parte de mí. Salgo de habitación con precaución y la encuentro sin rastros del profesor Gray. Encima de una mesa de café se encuentra una mochila en donde se puede ver algunos artículos personales de él, pero aparte de eso no hay nada especial en está habitación.

Sam y yo siempre nos habíamos preguntado cómo serían las habitaciones de los maestros, es decepcionante. Quizás ellos mismos tengan que darles vida a ellas. Me siento en la cama esperándolo, coloco una sábana sobre mis piernas para cubrirlas.

Mi mamá me habrá llamado, hoy debía ir a casa para empezar a traer algunos de mis artículos personales y una que otros trastes para decorar la habitación. Al compartir habitación juntas, Sam y yo hacemos un gran equipo juntas y por ello cada una se repartió las tareas para mantener la habitación reluciente; se podía decir que era una obsesiva con la limpieza y al vivir con Sam era un reto porque a ella le encantaba el desorden, su habitación mantenía limpia era gracias a Kelly y su equipo de limpieza, pero en Saint Patrick no permitían que personas que no pertenencia al internado entrase solo para limpiar. Los estudiantes debían tomar esa responsabilidad, solo contrataban a personas que limpiaran el internado más no los dormitorios.

Eso había generado una discusión entre los padres quienes consideraban que sus hijos no debían limpiar su suciedad, si no otras personas. Puede que la directora James se dejara comprar, pero cuando era acerca de la responsabilidad no había nadie que pudiera hacer cambiar su pensamiento.

Volteo la cabeza cuando el profesor Gray entra a la habitación con algunas gaseosas, frituras y chocolates. Mi estómago me regaña por no haberlo alimentado en la hora que debía hacerlo. Acepto con gusto las comidas que me extendía.

Come su comida en silencio, como si estuviera pensando que movimiento hacer para no asustarme o alterarme por lo que creo que quizás quiera hacerme un par de preguntas que serán incomodas porque no puedo darle ninguna respuesta en concreto sin que algo malo me suceda. No era un secreto en los pasillos del internado que ocurría si no le hacías caso a la abeja reina o que no le agradaras a ella; Lana dejo bien en claro desde el día que comencé a estudiar en este lugar que no le agradaba, pero no me importaba en realidad, al menos tenía una amiga con la que sabía que podía contar para cualquier cosa. Sin embargo, tuve que haber hecho caso a sus advertencias.

Como encontrar el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora