Capítulo 22

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Ana aún tenía el sonido de los disparos grabados en la memoria cuando, cinco horas después, decidieron parar para pasar la noche en un pequeño refugio abandonado oculto en el corazón de un valle.

Las últimas tres jornadas de viaje no habían sido fáciles. Turnándose cada ocho horas, Veressa y Orwayn habían conducido el todoterreno negro del segundo a través de todo tipo de paisajes: desde las profundidades de los bosques helados hasta escarpados caminos que ascendían más allá de las nubes. La idea inicial había sido la de moverse a través de las carreteras secundarias, esquivando siempre las principales y sus patrullas. Lamentablemente, no habían tardado demasiado en cambiar de planes. Tras un primer encuentro con una de dichas patrullas cinco horas después de iniciar el viaje, Orwayn había optado por adentrarse en las profundidades del continente. A partir de entonces, los encuentros habían ido multiplicándose, complicando así un viaje que, de haber sido otras las circunstancias, probablemente ya estaría llegando a su final. Por suerte, por el momento habían logrado salir indemnes de todos los enfrentamientos por lo que el ánimo no decaía. Orwayn seguía molesto con el mundo, irradiando odio por cada uno de los costados, Veressa preocupada por la salud de su hermano y Armin, el pobre de Armin, farfullando palabras sin sentido durante la mayor parte del viaje a causa de la fiebre.

Durante las pocas horas que había compartido viaje con él, Ana había podido comprobar que el estado del mediano de los Dewinter no era precisamente bueno. A pesar de los cuidados de Veressa, la cual apenas dormía para poder estar atendiéndole en todo momento, el estado de salud de Armin iba empeorando día a día. El por qué no era del todo claro, pues según aseguraba la joven, la herida había sido cauterizada a tiempo y el paciente estaba tomando los medicamentos necesarios para soportar el dolor. No obstante, incluso así, las horas de fiebre alta cada vez eran más, su palidez más extrema y su degradación física más evidente.

En varias ocasiones Ana había tenido la sensación de que, más que dormido, el joven había muerto, aunque en ningún momento se había atrevido a decirlo abiertamente. Simplemente apoyaba la mano disimuladamente sobre su muñeca, presionaba los dedos con firmeza y aguardaba en completo silencio a que el débil latido de su corazón respondiese a su llamada...

Y siempre lo hacía.

Alrededor del herido y de su estado de salud había una especie de tabú que ella, por supuesto, no iba a romper. No valía la pena. Bastante tensión se respiraba en el ambiente con los incesantes ataques por parte de las patrullas y de los propios ciudadanos como para añadir más con algo que, en el fondo, no valía la pena. El destino de Armin, en el fondo, ya no dependía de ellos.



Ana no cenó aquella noche. Mientras que los dos hermanos disfrutaban de una comida precocinada a base de carne de ciervo y cereales envasados con agua reciclada, ella se retiró a la silenciosa sala de recreo. El refugio no era demasiado grande, pero en aquel entonces, totalmente vacío, a Ana le daba la sensación de ser enorme. El edificio constaba de tres plantas. La primera disponía de un gran salón comunal donde se servían las comidas, una cocina, un garaje y la sala de recreo. En la segunda y en la tercera planta estaban los aseos, las duchas y las celdas. En algún rincón de la tercera planta también había una despensa y un pequeño almacén según indicaban los mapas, pero Ana no había logrado dar con ellos. Imaginaba que se encontraban tras las puertas cerradas que había localizado en el ala oeste, pero no estaba segura. La iluminación era tan escasa y los corredores tan silenciosos y sombríos que no se atrevía a explorar toda la estructura sola.

Decidió dar un paseo por la sala comunal mientras el resto acababa de cenar. Los dos hermanos habían decidido turnarse para hacer guardias sin tenerla a ella en cuenta. Ana no había dicho nada al respecto; estaba cansada y agradecía poder dormir toda la noche. No obstante, incluso así, no podía evitar plantearse si, en el fondo, no la habrían metido en la misma categoría que a Armin. Obviamente ella no disponía de las facultades combativas que aquellos dos habían demostrado horas atrás, cuando sin necesidad de mayor apoyo que ellos mismos habían hecho frente a las distintas amenazas que les habían aguardado en el camino. Era evidente que el Gobierno les había entrenado bien, y Ana daba las gracias por ello. Sin embargo, ella tampoco se quedaba atrás. Después de todo, ¿acaso no había sido ella la encargada de acabar con Vladimir?

Dama de Invierno - 1era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora