Capítulo 27 - Primera parte

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25 de abril — David

Aquella tarde, cuando salió de trabajar, volvió a mirar al cielo. Estaba nublado, cubierto de nubes oscuras y cargadas de lluvia. «Genial», pensó, esbozando una sonrisa. No era una ironía. La lluvia le gustaba. Le limpiaba, lavaba la ciudad y después, cuando el cielo volvía a ser azul y las nubes rizadas y breves regresaban como rebaños de ovejas, el horizonte urbano parecía más brillante, más prometedor.

Se subió el cuello de la cazadora. Desde hacía un par de meses miraba al firmamento con mucha frecuencia, como si esa fuera la señal de su reconciliación personal con el universo. De pequeño, David solía volver la vista hacia arriba muy a menudo: buscando respuestas, haciéndose preguntas, rogando a un dios que siempre parecía demasiado lejano. Progresivamente, a medida que los años fueron pasando abandonó ese hábito y durante los últimos tiempos apenas echaba un vistazo de vez en cuando. Ahora lamentaba haberse perdido tantas nubes, tantas estrellas, tantos tonos de azul.

Al poco de caminar calle abajo, encontró el coche de Oscar aparcado en doble fila. Esbozó una media sonrisa y apretó el paso, no tan sorprendido como debería. No esperó a que le invitara a entrar sino que abrió la puerta por sí mismo y se escurrió hacia el asiento del copiloto. Una fina llovizna comenzó a mojar el parabrisas justo en aquel momento.

—Hola —saludó el pelirrojo, dedicándole una sonrisa de bienvenida. Luego apagó la radio. Estaba escuchando una retransmisión deportiva.

—Hola. ¿Piensas tomar esto como costumbre?

—¿Venir a buscarte?

David asintió con la cabeza mientras se cerraba el cinturón de seguridad.

—Pues no sé. A lo mejor.

Oscar arrancó el motor y condujo en dirección al centro. David volvió a encender la radio y sintonizó una emisora de música electrónica, bajando el volumen para que no resultara molesto. A continuación desvió la mirada hacia el cristal húmedo de lluvia. El sol estaba poniéndose todavía y desde aquella zona se veían resplandecer las torres del corazón de la ciudad, gigantes de acero y cristal que brillaban con un reflejo rojo como la sangre. La misma luz del atardecer que arrancaba aquellos destellos hirientes cubría el paisaje con una especie de bruma ambarina y rosada. Era hipnótico. Era hermoso. «Parecen construcciones galácticas en Marte», pensó David, abstraído.

La voz de Oscar le arrancó de sus fantasías.

—Eric hablará contigo hoy.

Ah, sí. Aquella conversación pendiente. Hizo una mueca.

—Espero un anillo de diamantes y una proposición formal.

El pelirrojo soltó una risa suave, entre dientes. No podía negarse que Oscar tenía muy buen humor, se reía a menudo y no se ofendía fácilmente. A David le gustaba su carácter agradable, su trato sencillo, y para qué negarlo, también sus arrebatos de timidez. Había llegado a cobrarle un espontáneo cariño debido al efecto que causaba en él. Y es que su presencia le hacía sentirse seguro y tranquilo, y no era algo que pudiera decir de mucha gente.

Sacó un cigarrillo y se lo encendió con el mechero del taller mecánico. Luego, en un arrebato de picardía, se lo puso en los labios a Oscar.

—Gracias —murmuró él, con un súbito rubor.

David reprimió la sonrisa.

—De nada. Oye, todo esto es muy emocionante. —Bajó un poco la ventanilla para dejar entrar el aire, frío y con olor a lluvia—. ¿Eric te ha enviado de chófer a recogerme? Me recuerda a las películas de mafiosos.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now