Capítulo 18

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14 de febrero – Gabriel

Al otro lado de la ventana estaban la noche y la ciudad. La noche, enjoyada de estrellas, con su luna balanceante, con su telón negro. Y la ciudad, sucia, prendida de luces, teñida de niebla, acechante y siempre hambrienta. Las bombillas amarillas y blancas de las farolas envolvían las calles en una bruma luminiscente que tenía algo de fantasmagórica; su resplandor se filtraba a través del cristal hasta el apartamento en penumbra.

Pero ellas, la noche y la ciudad, estaban fuera, al otro lado. Se habían convertido en un espejismo furioso que intentaba llamar la atención sin conseguirlo, pugnando por ser real.

Las velas, eso era real. Las pequeñas lenguas de fuego, calientes y anaranjadas. Sus manos también eran reales: le hormigueaban las palmas mientras acariciaba la piel de Cain. La respiración tenue del chico, el sabor de sus besos, el breve temblor de las pestañas. El atisbo casual de su mirada, que reflejaba las llamas titilantes en sus iris de esmeralda.

Cain era real. El universo entero parecía haberse replegado, condensándose en él con toda su belleza y vastedad. En toda su miseria y su imperfección. En toda su pureza. Le tenía entre los brazos, debajo de los labios, pegado a su cuerpo, y era verdadero. Tenerle así también le convertía a él mismo en algo auténtico. Se sentía como si despertase a la vida tras años anestesiado. Como un recién converso postrado de rodillas en la catedral; sin habla, sin capacidad de raciocinio. A solas con él, a solas sus emociones. A solas con la necesidad de tocarle, de protegerle, de adorarle con cada átomo de su ser.

Llevaban un rato enredados en los besos, tocándose los brazos descubiertos, los cuerpos desnudos, recorriéndose con caricias necesitadas, que luego se volvieron ardientes y ahora devotas. Había caminado hasta Cain, le había rozado con los labios y había presionado sobre su boca. Le había acorralado contra la encimera sin previa provocación.

¿Alguna vez creyó que esto no iba a suceder? ¿Que podía luchar contra esa fuerza?

No es por pena… ¿Entonces, por qué es?

La respuesta a la pregunta que Cain se hacía era demasiado sencilla. Pensar en ello le hacía sentirse confuso, pero al mismo tiempo, una repentina certeza parecía arder sin palabras en su interior en aquel momento, mientras se separaba de sus labios un instante para respirar a duras penas. Levantó una mano para rozarle la mejilla. Cain cerró los ojos e inclinó el rostro, correspondiendo a su tacto con un suspiro contenido.

La luz de las llamas doraba su piel.

—Mañana harás como si nada hubiera ocurrido.

La voz susurrante del chico le provocó una punzada de angustia.

—No.

Los ojos verdes volvieron a mirarle. Sí, quería que le mirase. Quería escucharle respirar, sentir el latido de su sangre. Deslizó los dedos sobre el pálido rostro, entre su pelo. Cain seguía la dirección de la caricia, propiciando el contacto, sin apartar los ojos de los suyos.

—No sigas adelante si mañana vas a hacer como si nada.

Negó con la cabeza de nuevo. No, no. Estaba seguro. Los obstáculos insalvables le parecían ahora simples charcos que sólo había que saltar. Aun así, Cain no estaba convencido. Apartó la mirada y preguntó:

—¿Y Sara?

Volvió a inclinarse hacia él, a buscar sus labios. Las lenguas se enredaron. Las uñas de Cain arañándole la nuca lentamente, su respiración en la boca, el palpitar de su corazón sobre su pecho y la penumbra de las velas. Cuando se separaron de nuevo, aún lamió un resto de saliva de su comisura, hambriento y con el pulso acelerado, el calor arremolinándose en algún punto debajo de su vientre.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now