Capítulo 8

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Miranda

Hacía tanto había olvidado la sensación que se podía experimentar luego de beber hasta perder la cordura, había borrado el alcohol de mi vida desde la secundaria. Porque además que mi madre detestaba las bebidas etílicas en casa, tampoco le gustaba que hiciera uso de ellas en otros lugares. Y menos con extraños.

Con Extraños...

La resequedad que experimentaba mi garganta me hacía difícil no sentir mucha molestia en ella, lo que hizo que me removiera entre las sabanas poco a poco. Mi primera percepción fue la textura de éstas; las de mi habitación solían ser un poco menos suaves, aunque también eran cómodas. Una segunda percepción pudo haber sido el frío que experimentaba, como era muy friolenta había ajustado la temperatura del aire acondicionado de la habitación a más o menos 20°C.

Tiré de la sabana aún con los ojos cerrados y me giré hasta el lado izquierdo intentando volver a dormir, pensamientos que se esfumaron instantáneamente al descubrir la tercera percepción: abrí los ojos dando leves pestañazos hasta tener una buena visión, encontrándome con una habitación totalmente desconocida para mí.
Y como si las sabanas perfectamente fabricadas en una seda muy fina estuviesen quemando mi piel, pegué un salto cayendo al suelo.

Para mi sorpresa, una alfombra de al menos diez capas de un afelpado material suavizaron mi caída pero me hicieron caer en cuenta de algo más engorroso: estaba desnuda.

Como si fuera una ola que te arrastra a la arena, los recuerdos de todo lo sucedido anoche me arrastraron de golpe pero a la realidad.

Notificaciones+despecho+tequilas+champán+caricias+besos+Luca.

Eso era lo poco que recordaba, que en teoría, no era nada...

Santa María de quien sabe qué.

¡Luca!

Me levanté de un brinco y recorrí con la mirada toda la habitación perfectamente teñida en un azul casi negro con varios muebles modulares en colores oscuros y al menos tres puertas en madera oscura.

Observé la cama como si le estuviera pidiendo una explicación sabiendo que ésta podía dármelas, y en efecto sí. Estaba completamente deshecha; habían al menos siete cojines en el suelo y cuatro almohadas en el colchón.
Había ropa regada en los alrededores de la cama que evidentemente me hacían caer en lo que hice anoche.

Me acosté con un extraño, tuve sexo con un extraño.

Comencé a tomar todas las prendas que encontré en el suelo; un saco azul y un pantalón de lino del mismo tono, un boxer, una camisa blanca, mi ropa interior...mi ropa interior.

Rebusqué como demente mi vestido, del cual no conseguí rastro.
Por lo que tomé lo primero que vi y me cubrí. Mientras me vestía con la camisa blanca divisé en mi muñeca una tela gris también bastante fina, comencé a deshacer el nudo que la enrollaba a mí y al estar suelta me di cuenta que era la pieza faltante del traje.

Una corbata.

Llevé las manos a mi cabeza de sólo pensar en las barbaries que de seguro hice anoche.

Maldito seas Dom Perignon y tu champán...también maldigo al tequila.

A los shots de tequila.

Me coloqué la camisa blanca abotonada hasta arriba y mi ropa interior debajo.
Quería matarme, matarme. Si bien Rebecca era una zorra por acostarse con Andrew, yo no estaba muy lejos de ser una.

Es decir, me había enrollado con un tipo que conocí esa misma noche por estar hecha una completa alcohólica.

A mi mente vinieron las frases sarcásticas que decía a mis amigas cuando se embriagaban: "Le perdiste costo a la botella" "Te hubieses tomado el agua del fregadero también" "Kira, contrólate...¿te has tomado el agua de los floreros?" "Joder Carla, con tu aliento etílico no necesito tomar siquiera una copa para embriagarme hasta el tope".

La organizadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora