Xlll

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Ya había transcurrido una semana después de todo lo acontecido con Louis y la culpa parecía no menguar en ningún momento. A cada hora que transcurría sentía que crecía muy dentro de mí como un mal parasito, sintiendo a cada segundo asfixiarme, oprimiendo con fuerza mi cuello, mi corazón, sin remedio alguno.

Era algo que no podía controlar, algo que no podía contenerme, algo que estaba fuera de mis manos y de mi total y absoluta fuerza, era algo tan ajeno a mí pero a la misma vez muy personal.

No podía mirar  nadie a los ojos, ni siquiera a mi mismo, veía en la mirada de los demás y en la mía la culpa inquiriendo haciendo mella, en lo más profundo de mi ser;  me causaba la mayor de las repugnancias, el mayor de los odios. Quería que la tierra me tragara, que me devorará entre sus entrañas, o que un rayo me partiese a la mitad, cualquier cosa que me borrara del mapa sin dejar el más mínimo rastro de mi existencia que tanto daño había causado, lo que fuese, pero tarde comprendí que mi suerte no era tan buena, como tanto lo deseaba y que ni lo llegaría hacer, de ninguna manera.

La ausencia de Anne, que ya se había prolongado más de lo suficiente, había sido de gran ayuda en este largo calvario que parecía no tener fin. Y al igual que las prolongadas vacaciones de Anne habían ayudado, el inminente fin de cursos también había aportado su parte generosamente. Sólo me quedaba asistir al instituto a tomar lista y recoger la última calificación del curso, asunto del que podía salir airoso, en caso de no hacer acto de presencia: ni en sueños la pisaría de nueva cuenta, al menos no en estos día, sino hallaba una pronta solución a mi situación y de no ser así ya había considerado, seriamente, lo que antes pudo ser una remota y descabellada idea cambiarme de escuela.    

Al estar encerrado en las cuatro paredes de mi habitación,  a mi mente habían acudido un centenar de preguntas, de las cuales muchas no tenían respuesta, o al menos no la que yo desea para mermar esa inquietud que cada una de ellas había sembrando en lo más profundo de mí ser. Centenares y centenares de preguntas que a cada segundo que pasaba brotaban más y más. Una tras otra.

Pero había una pregunta, de tantas, que me hacia a mi mismo, en mi fuero interno, quizá la más importante de todas ellas ¿Cómo pude haber traicionado a mi mejor amiga, a la que era casi mi hermana?... Pero pronto  quedo relegada tan rápido como llego otra: ¿Por qué una parte de mí se empeñaba en hacerme pensar y desear tan intensamente que volviera  pasar, que se repitiera?; pregunta  que planteo nuevos cuestionamientos, nuevas fronteras que parecían tan lejas y ajenas a mí, a las que  no podía, ni siquiera en sueños tener acceso. 

En momentos creí volverme loco, de estar perdiendo la razón a cada tic tac que el reloj articulaba, sentía sumergirme en una nada absoluta, en un pantano de tinieblas, que nublaban mi escaso razonamiento.  Pero cuando lograba salir de ahí victoriosamente  volvía a comprender, muy a mi pesar que pese a la culpa, al dolor, al remordimiento, al odio y a todo aquello que me atormentaba, de ninguna manera, lo que había vivido a lado de Louis, lo cambiaria por nada en este mundo y es que ¿quién, en su sano juicio lo haría?

Aunque el tiempo hubiese transcurrido no podía olvidar ningún detalle, por pequeño e insignificante pudiese parecer; cada uno lo tenia grabado a al rojo vivo en cada tramo de mi piel, en mi memoria, en mi cuerpo, cada uno sin excepción, sus besos, sus caricias, el sabor de su boca, la tersura de su piel, su calido aliento, su cuerpo y todo él mismo, estaban en  mí, de pies a cabeza, hasta el último de mis días. Como un sueño lejano, muy lejano, o tal vez también, una vida pasada

El Otro Rostro de la Vida ➳ l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora