Capítulo dos:

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 Capítulo dos:

—Bien—suspiro todavía con el filo de cuchillo en su cuello.

No puedo confiar en nadie, me recuerdo. 

Él respira dificultosamente y tiene su mano puesta en la mía. Empieza a jugar con mi dedo meñique.

—No hagas eso—zarandeo un poco mi mano para que me suelte, con cuidado para no lastimarlo.

Suelto el agarre y me separo rápido, apuntándolo con el cuchillo ya que en cualquier momento el puede traicionarme. 

—Tranquila—susurra alzando las palmas de las manos en señal de rendición—No te haré daño.

Está vestido con un pantalón casi roto y manchado de sangre, una camiseta rota igualmente y sucia; no tiene zapatos. Su voz es ronca, como si estuviera recién levantado. 

—Puedo ayudarte—añade mirándome a los ojos.

Asiento con la cabeza lentamente sin guardar el cuchillo pero liberando la tensión que se había formado en mis manos.

—¿Eres un Sousse? —mi voz sale entrecortada.

Él asiente bajando sus palmas, más tranquilo. 

—Tengo que llevarte a otro lado—dice y mira al cielo—Está oscureciendo.

Me estremezco.

Está oscureciendo, la palabra se repite una y otra vez en mi cabeza. Debería irme de aquí, siento que quiero rendirme. 

—Tú rostro…—masculla y luego entiende: —Él está bien.

Mi rostro está pálido y cuando él dice eso vuelve a su color natural, estoy aterrorizada. 

Él está bien, Daniel está bien. 

—¿Lo tienes tú? —demando a punto de llorar.

 Vulnerable, cállate. La violencia demostrada en mi voz. 

Él frunce el ceño rápidamente.

—No—niega ligeramente con la cabeza—. No, yo no.

Me acerco más a él.

—¿Quién eres?

—Te refieres a ¿cómo me llamo? —pregunta a punto de reír.

—No, me refiero a ¿Cuántos cazadores has matado? 

Su respiración se corta y abre los ojos ampliamente, no se ha esperado ésta pregunta. El vaho se forma saliendo de mis labios y la oscuridad de la noche está a punto de encerrarme viva. 

Sí él ha matado no me debo fiar tanto pero es imposible que no haya matado.

—No he matado—dice frío y añade: —No lo haré, nunca.

“Lo imposible es posible”

Escucho un estallido. Ya son las ocho y yo necesito salir de aquí enseguida pero no tengo a dónde ir. 

Mi corazón empieza a palpitar y sólo escucho el zumbido de éste.

El chico que tengo en frente se empieza a deformar.

Dios, no, no frente a mí, ruego. 

¿Y si pierde la razón y me mata?

Lo mataré a él.

Cierro los ojos y espero a que él este transformado por completo.

La bestia es peluda, con orejas encima de la coronilla, sus dientes sobresalen, no son dientes; son colmillos, tiene cuatro patas y una cola casi sin pelo, y sus ojos; amarillos casi naranjas.

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