✎ 010. «23 de agosto».

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«Sábado. 23 de agosto; 2014».

❝Nadie nos advirtió que extrañar es el costo que tienen los buenos momentos.❞

Muchos creen que extrañar es algo malo. Yo también lo pensaba. Es más, creo que por unos instantes mínimos lo sigo pensando... Aunque bueno, una parte de mí sabe que extrañar a una persona no es tan negativo como todos piensan.

No tener a aquella persona con nosotros, sea de quien se trate, sabiendo que está lejos o que jamás regresará, de más estaría decir que nos entristece. Cuando comenzamos a extrañarla no sabemos cómo remediarlo porque en muchas ocasiones no hay una solución que fuese rápida, o hasta en algunos casos posible. No obstante, extrañar es bueno. Extrañar es humano, o sea, nadie debería esconder cuando necesita de la presencia de aquél que tanto desea. Extrañar nos hace dar cuenta de cuánto cariño le tenemos al otro. Extrañar nos hace ver que anhelamos esos momentos que compartíamos, que los queremos de vuelta, que sentir ese vacío no es nada agradable como para querer que vuelva a ocurrir.

Yo pienso que, después de todo, en algún momento de nuestras vidas debemos extrañar a alguien hasta más no poder. A mí, por ejemplo, me hizo dar cuenta que debemos aprovechar lo más que podamos antes de que sea demasiado tarde. Que, sin importarnos qué, debemos disfrutar con aquella persona como si todos los días fuesen los últimos.

Soy consciente que tal vez era muy pequeña como para haber disfrutado de la presencia de mi hermana Tahnee como debía, pero de todos modos me arrepiento de no haber compartido con ella más de lo que lo he hecho. Cometer este tipo de errores nos ayudan a recapacitar y hacernos sentir de alguna manera unos completos estúpidos que no aprovechan lo que se debería aprovechar en lugar de prestarle atención a cosas menores, pero errar es parte de lo que somos. Si no nos equivocamos, no cambiaríamos nuestra manera de actuar frente a los demás y para nosotros mismos.

Reitero: está bien extrañar. Si extrañas a alguien, deberías sentirte feliz. La frase del día de hoy lo dice todo: aquél es el precio de los buenos momentos. Aquella es la demostración de que, en algún momento, has sido feliz.

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«Domingo. 23 de agosto; 2015».

Sin poder evitarlo, la imagen de su padre aparece en la mente de Kenner. Siente un nudo en la garganta e intenta deshacerse de él, pero no lo consigue.

Como se encuentra en la sala, sólo le bastó levantar apenas la cabeza para encontrarse con el portarretrato que todos los días le cuesta mirar sin que los recuerdos lo atormenten. Recorre cada persona que se encuentra en la fotografía, deteniéndose en su papá, y luego aparta la mirada cerrando la libreta.

En su mente se reconstruye la escena de aquella vez, cuando lo vio morir, y procura que sus ojos no se llenen de lágrimas como ocurre a menudo. Una serie de imágenes se apoderan de su visión, yendo desde dos bebés, a un niño de nueve años aferrado a la mano de su padre, estanterías llenas de mercadería y un hombre armado con el rostro cubierto por un pasamontañas que sólo permitía ver sus ojos oscuros.

Sí, aquellos dos bebés son los gemelos, sus hermanos menores. Ahora tienen siete años. Sí, aquel niño de nueve es Ken. Sí, estaban de compras. Sí, asaltaron el lugar llevándose la vida de su padre. Sí, lo recuerda todavía cuando han pasado más de seis años ya. Sabe que nunca se olvidará cuando Benjamin lo empujó hasta colocarlo detrás suyo y protegerlo de esa manera. Tampoco los gritos de toda aquella gente que ya estaba en la caja registradora. Ni mucho menos cuando su padre ya no lo ocultaba, sino que terminó desplomándose en el suelo.

Aquella noche apenas durmió. Al igual que la siguiente, y la siguiente. Dormía con su mamá, y los gemelos. Los cuatro en la cama matrimonial, y como los pequeños no comprendían las cosas la mayoría de las veces o jugaban con ellos hasta que le diese sueño o lloraba frente a todos como si nada le importase. Quería a su papá de vuelta. Quiere a su papá de vuelta.

Hay momentos en los que suele ponerse mal porque no recuerda su voz. O su rostro. Luego observa la fotografía y se dice que no debería ser posible poder olvidarlo.

A Georgia le gusta mucho esta foto. No recuerda a su padre, pero sabe que tuvo uno alguna vez. Y que lo tiene. Y que le hubiese gustado conocerlo un poco más...

A su gemelo también le parece muy bonita. En ella salen los cinco, cuando los hermanos menores de Kenner estaban cumpliendo su primer mes.

Él no comprende si ha sido bueno o malo que su padre falleciese mientras ellos eran muy pequeños. No le apasiona la idea de que no lo hayan conocido como él lo hizo... no obstante, hay noches en las que alguno de los gemelos no puede dormirse y Kenner se encarga de contarle historias, esas mismas que tanto él como su padre han protagonizado hace años; para que puedan conocer un poco más. Sin embargo, se pregunta si habría sido peor si ellos dos lo hubieran conocido de verdad. Porque lo extrañarían demasiado, tanto como él lo hace... y no le gustaría que sus hermanitos lo experimentan de esa manera.

Ambos son conscientes que su padre ha sido asesinado. Y que los amaba. Y que merecía todo excepto la muerte, y lo cierto es que a pesar de saber sobre él lo que su hermano o su madre les cuenta, por momentos a ellos parece resultarles suficiente. No sienten que algo les hace falta, pero no por ese motivo les disgusta la idea de tener un padre al cual puedas ver todos los días.

Ambos son conscientes, con la corta edad que tienen, que llegará el momento en el que su familia será cada vez más y más pequeña. Y que ocurre con muchas otras. Y les da mucha pena... Georgia puede ponerse bastante triste si tan solo lo piensa. Al mismo tiempo, apenada, pregunta: ¿por qué siempre algo tenemos que perder?

Ante lo que alguien respondería: porque nada dura para siempre.

Y ella lo comprendería. A pesar de todo.

Letras perdidas. © [LP 1]Where stories live. Discover now