HISTORIA 6 (o cómo vivir el pasado) 2ª parte

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   —¿Se puede saber de qué estás hablando? —dijo Julián.

  —Cómo se nota que no escuchas nunca —suspiró Carmen—. Ellos han dicho que su padre tenía unos documentos que el faraón le mandó escribir; a lo mejor, pueden aclarar algo.

  —¡Claro! Si la muerte ha sido tan repentina, algo ha tenido que desencadenar los acontecimientos. ¡Puede que en esos papeles encontremos una respuesta! —exclamó entusiasmado Luis.

  —¿Papeles? —preguntó Moui—. ¿Eso qué es?

  —Pues donde se escribe —dijo extrañada Carmen.

  —¡Ah! —exclamó Finofer—, queréis decir tablillas.

  —Lo que sea —comentó nervioso Julián—. ¿Hay alguna posibilidad de verlas?

  —Los originales están en palacio —dijo Finofer, que al ver nuestras caras de decepción añadió con una sonrisa—, pero… nuestro padre nos da algunas de esas tablillas que no quedan como él quiere para que ensayemos la escritura. A lo mejor tenemos suerte y encontramos alguna de las últimas.

   Y volvieron a entrar en la casa. Esta vez tardaron un poco en salir; según nos explicaron después, estaban buscando sólo los últimos documentos para no sacarlos todos. Cuando salieron llevaban un par de trozos de tablas de arcilla con unos signos que, evidentemente nosotros, no lográbamos descifrar. Fue Finofer quien habló:

  —Tenemos mucha suerte de que nuestro padre sea un escriba y nos enseñe a leer y escribir. Ninguno de nuestros amigos sabe leer.

  —¿Y qué se supone que pone ahí? —dije intrigada, pensando que me recordaba a la letra de Nikon.

  —Son dos fragmentos de un decreto. No está entero, pero hemos descubierto cosas muy interesantes. Léelo tú, Finofer, que se te da mejor que a mí —dijo Moui.

  —Le falta el principio con el que empiezan todos los decretos, es decir, el nombre de la persona que da la orden que está escrita. También hay trozos que no están, pero dice más o menos lo siguiente:

      “… el poder que me otorgan los dioses (...) no puedo cerrar los ojos al abuso y corrupción de los sacerdotes sobre el pueblo, no puedo permitir que hagan cosas despreciables en mi nombre, no puedo consentir que se hagan más poderosos que el propio faraón. Por lo tanto dispongo y ordeno que (...) así como su sumo sacerdote que a mis espaldas ha conspirado con el propio jefe del ejército, ordeno que ambos sean nombrados representantes soberanos de Beroea (...)”. Y aquí termina.

  —Me suena a una forma fina de quitarlos de en medio sin llamar mucho la atención —dijo Julián.

  —Ni que lo digas; Beroea es la ciudad más alejada de Tebas —reflexionó Moui.

  —¿Dicen algo más esas tablillas? —preguntó interesada Natalia.

  —No mucho más —dijo Finofer—, sólo queda el final típico en estos casos y falta la firma real para hacer oficial este documento.

  —Supongo que a estas alturas, las tablillas originales estarán más que destruidas —comentó Luis—; no sé para vosotros, pero para mí queda claro que esto ha sido un complot, tanto de los sacerdotes como del ejército.

  —Probablemente —me apresuré a decir—, pero el hecho de que en el siglo XXI se siga especulando sobre la muerte de Tutankamón, es señal de que los asesinos han sabido borrar sus huellas muy bien.

  —¿Sabéis? —dijo Julián mirando a los dos hermanos egipcios—. Creo que tu padre y tu familia corréis un gran peligro. Lo prudente sería que os marcharais a algún lugar lejos de aquí; puede que Ay se proponga no dejar ningún cabo suelto y tu padre, como escriba, sabe demasiado. 

Siete historias (o excavando en el pozo de la fantasía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora