38. En cuerpo y alma

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El día había resultado perfecto y ahora estábamos de nuevo en el campanario, como más temprano, pero ya casados

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El día había resultado perfecto y ahora estábamos de nuevo en el campanario, como más temprano, pero ya casados. Luego de la ceremonia, una cena y un brindis con nuestros allegados fueron suficientes para celebrar la ocasión.

Eran cerca de las dos de la mañana y el frío calaba la piel, pero no el alma. Mariano me abrazaba y besaba mi frente, mientras con una mano acariciaba la alianza que circundaba mi dedo anular.

—¿Eres feliz, Ámbar? —preguntó y yo sonreí.

—Aquí en tus brazos soy plenamente feliz. Es el mejor lugar del mundo para mí —susurré.

—Me alegro, porque yo también lo soy. Y aun no me acostumbro a serlo —añadió con ternura en la voz.

—Cuesta, a mí también me cuesta. Papá me dijo que ya era hora de ser feliz justo antes de entregarme en el altar. Supongo que es cierto, ya es hora —afirmé.

—Te amo, Ámbar.

—Yo a ti, Mariano.

Mis manos subieron hasta su mejilla para buscar sus labios y acércalos a los míos. El frío de la noche se desvaneció en aquel beso que empezó liviano pero se tornó espeso. Lava ardiente y contenida por mucho tiempo inundó nuestras sangres ante la anticipación y los nervios. El corazón galopaba, la piel se estremecía, la respiración se agitaba.

—¿Vamos al hotel? —preguntó Mariano entre jadeos. Se habían ofrecido a llevarnos más temprano pero nos habíamos negado pues queríamos ese rato a solas en aquel sitio que era tan nuestro.

—Por favor —susurré con un anhelo desconocido pero apremiante sobre sus labios.

Nos levantamos y bajamos con cuidado. No era lo mismo moverse por esas escaleras con un vestido de novia que con jean. Reímos al llegar abajo y salimos caminando a la calle. El hotel estaba a cuatro cuadras, todo en ese pueblo quedaba cerca. En medio de la madrugada nos reímos como niños haciendo alguna travesura. Nos detuvimos en una esquina y nos besamos bajo un árbol, también en medio de una cuadra y nos besamos al lado de un farol, corrimos de la mano, yo guiándolo, él dejándose llevar. Nos abrazamos, nos besamos y nos prometimos amor eterno una y otra vez hasta que llegamos al hotel.

Con los ojos del alma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora