10. Fraude necesario

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La llamada de Galván me dejó atónita. Oír su voz en el teléfono era abrumador, parecía invadir mi cuerpo llenándome de señales confusas e inmanejables. Al ver su nombre en el celular me pregunté qué querría. Cuando le atendí me pareció enfadado y pensé que me regañaría por haber faltado. Luego se excusó y se interesó en lo que me sucedía, yo no sabiendo qué decir o cómo actuar, di demasiados detalles de lo que me estaba pasando, y eso lo dejó incómodo. Cuando me di cuenta quise meter la cabeza bajo la tierra... ¿Cómo se me había ocurrido decirle al profesor Galván que estoy con el periodo?

Luego me llamó: Ámbar, mi nombre sonaba en su voz como una hermosa canción, mi corazón respondió a su llamado acelerándose y aquello me asustó por demás. Traté de no prestarle atención, pero la realidad es que no quería dejar de hablar. Sin darnos cuenta iniciamos una conversación sobre un libro que terminó en algo más personal. Él dijo no creer en el matrimonio y yo le respondí bromeando, como lo haría con cualquier amigo. Imaginaba que Galván estaba rodeado de mujeres guapas que lo acosaban, era un hombre demasiado «hombre» —valga la redundancia—, de esos que te encienden de solo verlo, de aquellos a los que dan ganas de... ¿Qué cosas digo? ¿Qué cosas pienso? Me estoy sorprendiendo a mí misma, nunca había pensado en un hombre de esa forma y con él aquello me parecía de lo más natural... tanto que asustaba.

Sonreí al imaginármelo aquella noche recostado en su cama con sus dedos recorriendo las páginas del mismo libro que yo leería en un rato solo por la simple idea de hacer algo que él estuviera haciendo también. Luego de cenar me metí a la cama, me cubrí con mil frazadas y me dispuse a leer mi viejo y amarillento libro, uno de los pocos que acompañaba siempre en mis viajes.

Cuando terminé un par de capítulos cerré los ojos preguntándome si él estaría leyendo. Me parecía una tontería, pero de algún modo se sentía especial. Tenía ganas de escribirle y preguntárselo, sabía que tenía una aplicación que le leía los mensajes de texto, pero no sabía si era una buena idea hacerlo o ya significaba pasarse de la raya con Galván. Eran cerca de las diez de la noche... Fruncí el labio indecisa pero luego tomé el celular y le escribí:

Con los ojos del alma ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat