Bienvenida

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El ramo de flores se retorcía entre mis dedos nerviosos mientras esperaba.

–¿Todo bien? –preguntaron a mi lado.

–S-sí... –tartamudeé sin mucha convicción.

–¿Esperas alguien? –preguntó de nuevo.

Me giré entonces. Era un hombre alto, un poco encorvado, que vestía unas graciosas gafas y bufanda gris.

Asentí con una una sonrisa un poco angustiosa.

El hombre rió por lo bajo y siguió la dirección de mis ojos.

–¿Llevas muchos tiempo esperando?

–¡Mucho! –solté en un suspiro. –La extraño, hace tiempo que quiero volverla a abrazar.

–Ya veo.

Había otras varias personas esperando también. Unas con letreros en las manos en donde se habían escrito nombres y apellidos. Todos observando la plataforma delante, buscando rostros entre miles, esperando al sol que alguna vez había alumbrado nuestras vidas.

–Le has traído flores –señaló el curioso hombre.

Sonreí mientras las apretaba.

–Son sencillas –dije poniéndome más nervioso. ¿Le gustarían? –No tuve mucho tiempo para prepararme. ¡Le hubiera comprado un campo entero de flores de haber podido!

Eso lo hizo reír con fuerza. Tanto, que tosió y se cubrió la boca con la bufanda.

–Creo que estas simples flores serán mejores que un campo.

–¿Usted cree?

–Claro.

–G-gracias...

Nos mantuvimos en silencio unos segundos más.

Yo me movía incómodo en mi metro cuadrado de espacio personal. Cambiaba el peso de una pierna a otra, me aflojaba la corbata, me peiné unas treinta veces, revisaba mi aliento y que no se notara que sudaba como un cerdo. Y no dejaba de estrujar las flores contra mi pecho.

–Tranquilo... –me dijo el hombre de las gafas curiosas.

–¡Lo siento! –dije entre balbuceos. –Es solo que estoy muy emocionado de que vaya a venir, pero sé que fue un viaje largo y difícil. ¡Quiero enseñarle muchas cosas! Hay mucho que ver aquí, pero no sé si ella quiera venir conmigo, tal vez solo la esté molestando, tal vez quiera ir a descansar...

–Estás pensando mucho las cosas, amigo.

–Lo siento.

–¡Está bien! –parecía muy divertido con mi situación. –Estás feliz, es solo eso.

–¿Debería estarlo?

–¿Por qué no?

Una oleada de personas se acercó desde el horizonte y todos los que estábamos en espera nos pusimos de puntillas y nos acercamos a paso veloz.

Una horda familiar corrió desde detrás de mí, con gritos y carcajadas. Llevaban una manta inmensa con un nombre pintado, pastel, globos y hasta luces de bengala.

Corrieron todos en estampida, tumbándome al suelo y a otros varios.

Un hombre mayor se echó a llorar en cuanto los vio y recibió el abrazo de avalancha con una empapada sonrisa.

Mi desconocido amigo me ayudó a ponerme de pie.

–¿Las flores están a salvo?

–Sí.

14 Días de San ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora