Capítulo 1: Michelle (Parte 2)

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Y ahí estaba un par de horas después, con sus pertenencias más preciadas en dos maletas, sin un euro en la cartera y esperando a que Sophie pudiera acogerla hasta saber qué hacer con su vida.

-¡Michelle!- la voz de la muchacha se alzó por encima de las voces del gentío de la zona. Sonrió cuando vio a Sophie pasar por entre la multitud, pidiendo disculpas con una sonrisa cada vez que se chocaba con algún transeúnte. La primera vez que había visto a aquella muchacha le había sorprendido el aspecto juvenil que tenía, incluso habría jurado que era mucho menor que ella, y sin embargo Sophie superaba su edad por dos años. Aunque su cabello era castaño, solía decolorarlo hasta tener un brillante color paja, lo que conjuntaba perfectamente con sus ojos castaños. Su carita redonda y expresión bonachona e infantil la hacían siempre el blanco de maduritos pervertidos.

-¡Ya era hora!- se levantó de su improvisado asiento, sacando las asas de las maletas, sonriendo.

-Perdón, la jefa no me ha dejado salir antes- Sophie se abrazó a si amiga, besando su mejilla, antes de coger una de las maletas -. No sabes la alegría que me da que te vengas a mi casa ¿eh? Desde que mi compañera anterior se fue me siento muy sola.

-Gracias por acogerme- dijo Michelle, comenzando a caminar con su amiga, tranquilamente, alejándose del jaleo y el encanto de Pigalle -. Te juro que me pondré a buscar algún trabajo para colaborar en casa.

-Vamos, no te preocupes- dijo la muchacha, quitándole importancia -. Por la pasta no te preocupes, gano bastante. De todos modos, si quieres trabajo yo puedo recomendarte en mi curro. No cobrarás tanto como yo porque mi trabajo es un poco más… elaborado, pero sí te dará para comprarte lo que te dé la gana.

-Ahora que lo mencionas… nunca me has comentado donde trabajas.

-¡Ah! Soy acompañante de lujo en La petite mort.

-¡¿Eres puta?!- exclamó Michelle, tapándose luego la boca al darse cuenta de que había gritado demasiado. Pero Sophie, lejos de enfadarse, se echó a reír alegremente.

-Es algo más que eso, créeme. Pero de todos modos, tranquila, no estaba proponiéndote un trabajo como el mío, sino de camarera en el local- sonrió, acariciando la espalda de su compañera -. Pero mejor hablemos de eso otro día. Si quieres te llevo a verlo y a hablar con Madame Beatrix para ver si te gusta el puesto y a ella le interesas. Últimamente necesitamos más refuerzos en las salas y nos vendrían bien chicas como tú- Michelle ladeó ligeramente la cabeza, pensativa. Jamás se habría imaginado que aquella alegre y aparentemente inocente chica trabajara en algo como aquello. Y mucho menos que le ofreciera trabajar con ella. Pero… ¿Y si no era tan mala idea?

No tardaron mucho en llegar al piso donde vivía Sophie. Estaba ceca de la zona roja de la ciudad, así que desde la ventana era capaz de ver aún las luces del Moulin Rouge. El piso era suficiente para que vivieran dos personas: una cocina americana con un pequeño saloncito decorado con un sofá y dos sillones tapiados en un suave tono azul frente a una enorme televisión de pantalla plana. Por un pasillo al lado de la puerta de entrada se accedía a las dos habitaciones y al cuarto de baño. Era un piso sencillo, demasiado para lo que ella estaba acostumbrada a ver día a día, pero era aquello o volver con sus padres y tragarse su orgullo.

-Tu cuarto va a ser el de la derecha ¿vale?- sonrió la muchacha, abriendo la puerta. Era un cuarto pequeño, con un armario empotrado de puerta corredera, un escritorio y una cama –Te he puesto sábanas limpias y una manta, ya me las darás cuanto tengas las tuyas propias.

-Muchas gracias por todo, tía, de verdad- sonrió, abrazando a su amiga tras quitarse el abrigo y dejarlo colgado en la silla. Sophie soltó una pequeña risita mientras la abrazaba, besando su mejilla.

-Vamos, tú habrías hecho lo mismo por mí- se separó de ella, palmeando una de sus nalgas, lo que la hizo botar -. Yo tengo que volver al trabajo, tengo un cliente en media hora. Tú ve acomodándote ¿vale? Hay comida en la nevera y el agua caliente está encendida. Y en serio, piensa en lo que te he dicho, porque tu culo y tus tetas te harían conseguir mucho dinero en propinas ¿eh? Además, con lo que te gusta manipular a los hombres, te lo pasarías bien sin tener que aguantarles encima de ti.

-Me lo pensaré, tranquila- rió la muchacha, subiendo una de las maletas sobre la cama - ¡Te veo a la vuelta!

-Más bien mañana, muñeca.

La puerta del piso se cerró minutos después, quedándose ella sola en la que iba a ser su nueva casa. No tenía muchas ganas de colocar la ropa, así que sacó el pijama, se cambió y dejó las maletas a un lado antes de dejarse caer sobre la cama, mirando al techo. Camarera en un local de prostitutas… Michelle siempre había pensado que su vida iba a ser aburrida, que al final acabaría casándose con el hijo de alguno de los socios de su padre, posiblemente un Jean Paul dos, y quedándose de mujer florero en casa como su madre. Mujer florero, pero con estudios. Y, sin embargo, en aquel momento estaba fuera de casa, sin un euro y con la propuesta de comenzar un trabajo en los bajos fondos de París, uno de esos trabajos que a su madre tantísimo la horrorizaban. Y, por alguna razón, aquel pensamiento y la expresión horrorizada de sus padres estaban empezando a convencerla de aceptar la ayuda de Sophie. Y ¿por qué negarlo? El hecho de poder exhibirse delante de un montón de hombres y poder controlarlos a su gusto en un ambiente tan erótico la excitaba. Sería una locura aceptar y quizá no sería la mejor opción, pero su parte más morbosa no paraba de repetirle que si se negaba acabaría arrepintiéndose de no haberlo intentado.

Los Suburbios del SexoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora