Capítulo 2: Alexander (Parte 4)

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Dejó que el nudo Windsor de su corbata se deshiciese en sus dedos, mientras avanzaba hacia la cama antes de quitarse la chaqueta, tirándola de cualquier modo a la silla del escritorio, observando la escena que Margareth le brindaba, como hipnotizado por las curvas de su mujer, y por el sensual movimiento de su cabello mientras ella cabeceaba.

Sintió sus suaves manos subiendo por su pecho, desabrochandole los botones de la camisa, uno a uno, juguetona, mientras él se deshacía del incomodo aunque elegante cinturón de piel que mantenía sus pantalones perfectamente ceñidos a su cintura.

No pudo evitar perderse primero en sus ojos claros y después en sus carnosos labios con un pasional beso, mientras la empujaba con suavidad hacia atrás, cayendo sobre ella en la cama y sintiendo sus voluptuosos pechos bajo el sostén, presionando contra su definido torso.

Subió sus manos por sus suaves y perfectamente depiladas piernas, hasta acariciar sus caderas, haciendo que Margareth se separase de sus labios para soltar un suave suspiro, momento que aprovechó Alexander para descender con sus besos, rozando su cuello, acariciándolo con la punta de su lengua, notando que a su mujer se le ponía la carne de gallina, y no pudo evitar sonreír.

Disfrutaba enormemente excitando a Margareth, incluso si era ella la que buscaba provocarlo de aquella forma. Le encantaba sentirla derretirse cual mantequilla en sus dedos, sentir el calor entre sus largas y torneadas piernas antes de ceder a sus gemidos y consumar el acto. También sabía cuanto se avergonzaba e intentaba su mujer que no la “torturase” de aquella forma, pero sencillamente no podía evitarlo. Disfrutaba demasiado con sus reacciones.

Subió más aún sus manos, acariciando sus costados. Mientras, sus labios se entretenían con suaves besos y algún leve y juguetón mordisco en el lóbulo de su oreja, oculta bajo los rizos color fuego, provocando que un escalofrío hiciese arquearse a su mujer, antes de llegar a sus sobresalientes pechos, colando las manos bajo la fina capa de lencería que los recubría y jugando con sus dedos en las sensibles y erógenas areolas bajo la tela.

Su sonrisa se ensanchó -igual que su propia dureza bajo sus pantalones- al sentir el leve temblor recorrer todo el cuerpo de Margareth y oír el leve gemido escapar de sus exquisitamente maquillados labios.

Dejó que sus dedos jugueteasen unos largos minutos en sus pechos, arrancando suspiros y más de algún gemido de los labios de su mujer antes de sentir las temblorosas manos de Margareth en su pecho, empujándolo para que se tumbase y tener espacio ella también.

Casi a regañadientes, Alexander cedió, tumbándose y dejandole a las manos de la sudorosa y algo ruborizada pelirroja vía libre para bajar por su pecho, alcanzando pronto su cintura y la cremallera de su pantalón. Sintió sus dedos pelear unos segundos con su ropa antes de ayudarla a bajarla, y segundos después su ropa interior fue justo detrás, dejando a la vista, totalmente expuesta, su más que obvia erección.

No tenía muchas oportunidades de pasar tiempo con Margareth, y muchas menos de pasar tiempo tan “intimo”, así que su cabeza estaba llena de las cosas que estaba deseando hacerle, de cada centímetro de su cuerpo que quería recorrer con sus dedos, de cada palabra que quería susurrarle, que quería hacerla gemir...

Un largo suspiro escapó de sus labios al sentir los dedos de Margareth cerrarse alrededor de su dureza, moviendo su mano lentamente, juguetona mientras le besaba, como intentando volver las tornas contra él. Alexander sonrió, dejándola hacer, al menos un par de minutos, mientras disfrutaba el tacto de su suave mano en su pene, pensando justo como volver a girar la moneda.

Con un suave empujón la tiró de nuevo sobre la cama, boca abajo esta vez, sujetándola con firmeza, dominante, mientras besaba su nuca para sorpresa de su mujer, la cual dejó escapar un pequeño grito, mezcla de sorpresa y excitación. Las manos de Alexander buscaron pronto las nalgas de ella, para bajar su ropa interior y descubrir la que sabía que a esas alturas sería una más que húmeda intimidad.

-P-pero cariño, ¿Esta postura...?

La voz de Margareth resonó junto con otro quejido al sentir su ropa interior bajando, y notar la dura excitación de su marido rozando contra sus redondas y duras nalgas.

-N-no... no, así no Alexander, d-dejame a mi...

Alexander no pudo sino fruncir el ceño al sentir su mujer empujarle, quitándole de encima para dejarle otra vez de espaldas y sentarse a horcajadas sobre él.

Sintió a su mujer sobre su erección, penetrándose mientras se sujetaba con sus manos contra su pecho, siguiendo su ritmo y con delicadeza, gimiendo sensualmente, y se estremeció.

Intensos minutos de movimiento más tarde, su mujer se retorcía sobre él como una anguila, sacudiéndose con un potente orgasmo, seguido unos segundos más tarde por el de él mismo.

Jadeante, la miró, mientras reposaba sobre su pecho, y no pudo evitar sentir una punzada del enfado que había sentido antes de entrar en la habitación. En todo, Margareth tenía que salirse con la suya. Todo tenía que hacerse a su manera.

Suspiró mientras la pelirroja se levantaba, mirándola en silencio. Sabía que ahora ella se daría una ducha, se quitaría todo el olor a sexo, y más le valía a él hacer lo mismo si pretendía dormir a su lado.

Ni siquiera en el sexo, por una vez, podía Alexander quedar por encima.

Cerró los ojos, sintiendo el cansancio, el reciente orgasmo y el alcohol hacerle mella, y supo que -en cualquier caso- aquella no era la noche más idónea para discutirlo.

En cualquier caso, dudaba que alguna noche fuese a ser la idónea... pero no le quedaban fuerzas para discutir. Abrió de nuevo los ojos, se levantó, y caminó hacia el baño con la esperanza de que al menos su mujer le dejase compartir la ducha.

Los Suburbios del SexoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora