Capítulo Tres

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Lunes


El reloj resonó en mi habitación. Casi lo tiro contra la pared para que dejara de emitir ese infernal ruido. Me levanté somnolienta y me dirigí hacia el baño, el cual, estaba ocupado por mi padre. Toqué varias veces.

¡Esperá Mariana, estoy yo! —gritó en castellano.

Salí rápido o te meo encima —amenacé por igual.

Esperé fuera del baño -o mejor dicho, al lado del baño- mientras apretaba ambas piernas para evitar un accidente del cual, de seguro, me avergonzaría de por vida y culparía de todo a mi viejo y tonto papá. Luego de otro par de minutos agonizantes, Lautaro Rodríguez salió del condenado baño.

Las canas delataban que estaba por encima de los cuarenta años. Por sus bíceps, se asomaba las pancita cervecera, pero él sabía cómo hacer para que desaparezca. Dos horas seguidas, lunes, miércoles y viernes en un gimnasio a la tarde cuando regresaba. Lo sé, porque ya lo había hecho y no dudaría en hacerlo otra vez.

—La próxima vez, levántate más temprano —yo sólo gruñí en respuesta y lo empujé, para darme paso al baño.

Después de descargarme con el baño, salí vestida y dejando atrás a la ciruja que siempre se levantaba de la cama. Suspiré el aire mañanero de New York y me dirigí a la cocina por mi zumo y alguna que otra tostada. Me senté en la isla y mastiqué mi primer mordida de tostada, con lentitud, provocando a mi papá, el cual estaba delante mío chequeando su e-mail con la netbook.

—Mariana —me llamó sin levantar la vista de la pantalla chiquita— te dije que no me gusta el ruido de cuando masticas tu comida. Me da asco —sentenció con una mueca.

Mi padre y yo no conectábamos mucho, los únicos aliados que tenía eran mis amigos y mi celular. Después, lo demás era una follada de la vida.

—A mí me da asco que siempre me dejes —susurré y, gracias a Dios, no me había escuchado.

Me paré de la silla y fui a mi cuarto en busca de mi mochila. Lo esperé en la puerta a mi papá, mientras se ponía el saco de su traje. Bajamos por el ascensor, silenciados como siempre, así que de plena casualidad me acordé del próximo sábado. ¡Hola, cumpleaños-de-Nicholas!

—¿Papi? —llámenme chupa-medias con gusto, señores.

—¿Mmm? —contestó, mientras se miraba en el espejo, tratando de acomodarse la corbata.

—El próximo sábado —me puse delante de él para ayudarle con la condenada corbata roja, que ya me estaba poniendo histérica— es el cumpleaños de Nicholas, mi amigo, ¿sabes? —él asintió, no por el cumpleaños, sino porque se acordó de quién estaba hablando. ¡Gracias Dios!— Y bueno, él quiere que vayamos nosotros dos y Amanda a un pub. —Me apresuré a decir, antes de que me fulminara con la mirada, lo siguiente—: Pero es para adolescentes, además, otro compañero mío va a dar una fiesta allí —sonreí, cuando terminé con la corbata.

Miró por última vez su reflejo, comprobando de que su vida normal no interviniera con la laboral, digo que miró por última vez su reflejo para ver cómo le dejé la corbata. Y asintió a sí mismo.

—¿Dónde queda? —preguntó cuando se detuvo el ascensor en el estacionamiento y nos dirigimos al BMW.

—Es el "Frenético" —sonreí, como una muñequita de porcelana. Con hoyuelos en los cachetes. Duh—. Quiere que nos quedemos hasta la madrugada y después taza, taza, cada cual a su casa —mi papá me miró a través del capó del auto, cuando sacó el seguro.

—No lo sé, lo pensaré. —¡Uff! Por lo menos lo pensaría, peor hubiera sido un rotundo no.

—Gracias —contesté, con la voz de chupa-medias que era.

Diez minutos. Diez condenados-jodidos-e-infelices minutos pasaron hasta que llegamos a la escuela. Bajé del auto, pegando fuerte la puerta contra el mismo auto. Mi padre me lanzó una mirada fulminante, pero lo ignoré. Me fui a las escaleras, donde se encontraban Nicholas y Amanda.

—Hola, hola —saludé melódicamente.

—Hola —contestó seco Nicholas.

Amanda me abrazó como saludo, mientras yo me quedé mirando a Nicholas.

—¿A este qué le picó? —le apunté con un dedo, mientras miraba a Amanda.

—No lo sé. Está así desde que te vio venir. O sea... —miró un reloj imaginario— hace dos minutos. —Sonrió.

Antes de que siquiera pudiera contestar, sonó la campana. Amanda entró conmigo al salón, mientras que Nicholas se dirigió al suyo, en el cual tenía como acompañante a Erick. Estúpido.

El día parecía pasar a dos por hora. Nada emocionante pasaba, ni venía. Mis notas iban de bien a mejor, Amanda coqueteaba con Ethan, un chico al cual había querido desde que me lo confesó. Y Nicholas... bueno a él no lo vi ni siquiera en el receso.

Cuando tocó la campana salí al exterior para sentir el aire de la libertad, mientras era acompañada por Amanda. Lo peor de todo, es que Nicholas seguía sin dirigirme la palabra. O sea, ¿qué carajo le pasaba? No lo sabía.

—Mariana —llamó Ami. Yo me volteé, para mirarla—. Me tengo que ir a ver al Doctor Aftter-barra-Caliente —sonrió apaciguada—. Te dejaré solamente por hoy el camino libre para que coquetees con cualquiera. Solo por hoy —me apuntó con un dedo, mientras reía.

—Mejor. Me dejaré llevar por el éxtasis de este viaje de veinte manzanas sola —hablé con sorna—. Vete ya, si consigues que te dé su número, pregúntale si tiene algún enfermero para tu querida y desdichada amiga —ella asintió sonriendo.

—¡Si lo consigo! —gritó, mientras se dirigía en dirección opuesta a la mía. Yo reí con fuerza desde donde estaba.

1. Cómo terminar de enamorarse en 7 días - Trilogía 7 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora