Capitulo cuarenta y siete

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Asalto

  

Xeral no podía dejar de sonreír mientras sentía el cuerpo tenso de Criselda contra el suyo propio y la mirada asesina y salvaje de su hermano clavada en su persona como millones de dardos ponzoñosos. Podía sentir su inminente victoria. Había valido la pena los días y días interminables de espera, al igual que había hecho bien en seguir los consejos de sus propios presentimientos.

Cuando Gea le dijo que le llevase a Criselda, él no pensó simplemente actuó decidido y completamente resuelto a obedecer presto a las demandas de la diosa, organizó a los quince hombres más valientes y fuertes apostados en los Bosques Sombríos y habían partido como almas que corren tras el mismísimo diablo errante a la capital del reino. No iba a perder ni un segundo más y, estaba completamente seguro que Urúï sería capaz de exterminar al molesto erudito antes de que él llegase.

Porque ahí residía la clave de su éxito. Si conseguía llegar sin que Varel sospechara nada, sería demasiado fácil - incluso ridículo - entrar en el Palacio.

Y así fue en verdad.

Después de cabalgar sin descanso una noche y un día entero, llegaron al paso que portaba al gigantesco palacio que se alzaba majestuoso he imperturbable, igual que como él lo dejara en el otoño. El dragón seguía allí, vigía de la raza que creó en vida y Xeral contempló la imperiosa figura de piedra con un cosquilleo en el vientre. Pronto podría volver a contemplar un dragón, estaba seguro de ello. Pero esta vez, sería un dragón real uno que le ayudaría a conquistar el mundo y así realzar la esplendorosa raza de los dragones y la de los Hijos más allá de Nasak.

En cuanto vieron a su real príncipe aparecer por el camino principal, los cuatro guerreros de guardia de las puertas del Palacio le saludaron con la cara seria y triste, pero le dejaron entrar sin preguntarle nada, pero si le informaron de la terrible desgracia de la muerte de Qurín y Yenara, la sanadora real. Eso animó más a Xeral que tuvo que hacer grandes esfuerzos por parecer consternado y terriblemente conmocionado por la noticia.

- Acaban de incinerar sus cuerpos  - le dijo uno de los guerreros.

- Es una auténtica lástima no haber podido despedirme de ellos. Lo mismo que con mi honorable padre. Espero que esté con mi madre y con el espíritu de Zingora.

- Lo estará alteza.

Eso esperaba sobretodo para que supiese de una vez por todas quien fue el responsable de la muerte de su esposa. Lo mismo que la tuya viejo estúpido - se dijo mientras cruzaba a caballo con sus acompañantes la entrada de Sirakxs - yo tuve la última palabra en tu muerte merecida.

Una vez en el gran vestíbulo - más inactivo de lo normal - fueron recibidos por cuatro mozos de cuadra que se dispusieron a meter sus monturas en las cuadras.

- No será necesario muchachos - les dijo el príncipe con voz amistosa y sosegada - pronto marcharé de nuevo así que los necesito tal cual están ahora; ensillados. Aunque un poco de agua y avena no les irían nada mal.

Los cuatro mozos se miraron sorprendidos por aquellas palabras, pero obedecieron sin rechistar a su príncipe ya que no había ordenes de hacer lo contrario. Perfecto, todo iba según lo esperado por él.

Cuando todos sus diez guerreros estuvieron listos, le siguieron por la escalera de caracol, subiendo los peldaños a un ritmo ligero he intentando que nadie más advirtiera su presencia y fueran corriendo con el chisme a su hermano. De momento, contaba con el anonimato una ventaja muy beneficiosa para coger a su querida Criselda desprevenida.

Cuando llegaron al noveno piso - algo cansados pero sin intenciones de bajar el ritmo - Xeral vio a su hermano salir de los aposentos del rey y ordenó a los suyos que se mantuvieran tras un recodo. El príncipe vio como su hermano tomaba un pasillo hasta el elevador más cercano y cuando estuvo fuera de su vista y sus pasos se habían perdido en la lejanía, reanudó el paso hasta el antiguo dominio de su padre.

Los Hijos del Dragón  (Historias de Nasak vol.1) EditandoWhere stories live. Discover now