Epílogo

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Epílogo

  

El crepúsculo bañaba las inmediaciones de los bosques de los aledaños del Palacio de Silex y proyectaba una larga sombra en las dos figuras arrodilladas que se disponían a realizar el ritual del intercambio de sangre. Kanian dormía en sus brazos y ella lo miró. Hacía seis meses que había nacido, un precioso bebé humano con los ojos azules muy claros iguales al ojo derecho de su padre que no había perdido su color.

Criselda apartó la mirada de su precioso hijo varón y contempló a su esposo que  estaba de pié tras Hoïen y le ofrecía con la vista al frente la daga para que cortara la palma de su futura prometida y esposa.

Gea había tenido razón.

Varel ya no era el mismo.

Había ocasiones que su mirada se perdía y su ojo castaño se volvía completamente azul. En esos momentos, él cerraba los ojos y apretaba los puños para resistir el poder de su fuerte sangre de dragón. Si Criselda estaba a su lado; lo abrazaba y el mal pasaba. Pero si estaba lejos, le costaba alejar su otro yo. En dos ocasión perdió la razón sin incidentes grabes.

Pero ella lo amaba igual y lo amaría hasta el fin de sus días sin importarle quien ni qué fuera.

Sobretodo ahora que Kanian estaba con ellos. El niño parecía ser capaz de calmar a su padre con una simple mirada de sus ojos salvajes. Aunque era un salvaje muy distinto, un azul sereno y lleno de paz como el de su padre cuando consiguió ser feliz.

Hoïen cortó la palma de la mano de Fena y se inclinó para ingerir su sangre.

Su hijo se removió en sus brazos y ella le tocó la mejilla.

En ellas tenía alguna que otra escama de un azul brillante más hermoso incluso que el de los zafiros. Kanian había nacido completamente humano pero sabía que poco a poco, su cuerpo iría toando el aspecto de un dragón hasta serlo totalmente. Pero también era humano gracias a su sangre y por ello siempre podría regresar a su apariencia humana.

Eso esperaba al menos.

Era lo que deseaba todos los días.

Criselda no se engañaba ni Varel tampoco. Era cierto que habían ganado el combate contra los Rebeldes y que Gea había sepultado su guarida, pero no habían acabado con la rebelión. Cuando el ejercito de su esposo se hizo con la victoria y los supervivientes de los Rebeldes huyeron, todos creyeron que la paz había regresado a Arakxis y que nada malo podría ocurrir ahora que los traidores habían muerto con la antigua magia negra y que el dragón de la profecía venía en camino.

Pero Gea se lo dijo, se lo había dicho en la celda de Lasede y no lo había podido olvidar a pesar del tiempo que había pasado y temía que no las olvidaría jamás.

- Es un riesgo que hay que sufrir. Tarde o temprano los Rebeldes iban a atacar la capital. Se avecina una nueva guerra, joven reina de los Hijos del Dragón y ni Kanian podría haberla evitado. En el futuro tampoco podrá hacerlo ni antes ni ahora, no hasta que esté preparado.

Criselda tragó saliva con la garganta seca y los nervios a flor de piel.

 Por eso sabía que aún no habían ganado.

Que aquello acababa de empezar.

Habían ganado una simple batalla no la guerra.

La guerra…

Nïan  - como solía llamarle su padre - abrió los ojos de repente y la miró con sus iris azules. Ella sonrió mientras en el ritual, Fena tomaba ahora la daga de las manos de su hermano menor y se disponía a cortarle la palma derecha a Hoïen. Criselda contempló los maravillosos ojos de su hijo para después mirar a sus dos compañeros. Corwën y Lenx estaban muy juntos y él abrazaba a la general con ademán pasional. Parecía que los dos se habían enamorado en el transcurso de los meses de trabajo conjunto en los cuales se habían conocido más afondo.

Kanian - o Nïan - alzó las manitas y le tocó el pecho, ella sonrió mientras la pareja del ritual unía sus manos y a la vez sellaban la ceremonia. Ahora ya eran oficialmente el uno del otro y solo la muerte los podría separar antes del matrimonio.

Solo la muerte.

Varel se acercó a ella y la besó en la frente para luego acariciar las mejillas rosadas de su hijo. Si solo la muerte fuera el problema, si solo eso le quitara el sueño a la reina…

- No te preocupes Criselda. Ahora lo único que podemos hacer es ser felices - dijo su esposo mientras la abrazaba.

- Si amor mío. Seremos muy felices.

Mientras haya vida.

Los Hijos del Dragón  (Historias de Nasak vol.1) EditandoWhere stories live. Discover now