La lucha

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Las manos masculinas se cierran como un cepo en torno a mis muñecas, apartándome de su regazo. La sonrisa de sus labios ha desaparecido y ahora veo una linea apretada de determinación. Se incorpora y me arrastra con él sin ceremonia obligándome a arrodillarme en el suelo, haciendo caso omiso de mis quejas airadas.

-Quédate quieta.

El tono de su voz me excita, aunque sé que puede leer la rebeldía en mis ojos. No me suelta las muñecas e intento forcejea para adoptar una posición mas cómoda, pero no cede. Agarra con la mano libre una de las correas pequeñas.

-¿Vas a colaborar?- me pregunta amenazante.

Clavo mis ojos en sus ojos, desafiando su pregunta. Se que es arriesgado, es un juego peligroso, pero ambos apostamos siempre fuerte. Suelto una risita irritante antes de responder.

-NO.

Su cara luce unos cuantos tonos más de rojo. ¡Es tan fácil provocarlo!, pero no puedo regodearme en su reacción: tira fuerte de mis muñecas forzando mi caída sobre los codos, y con una agilidad sorprendente para su corpulencia, sube a horcajadas sobre mi espalda. Tira de mis muñecas hacia atrás y hacia arriba y yo no puedo ni quejarme. Bastante tengo con poder respirar. Tras la sorpresa inicial, yo ahora también estoy cabreada.

-¡Suéltame!- jadeo, no puedo hacer más. La sensación es de que me han puesto un saco de cemento de cien kilos sobre los pulmones. Ahora es él quien se ríe.

Siento la primera tira sobre mi muñeca y forcejeo con los antebrazos, ridículamente porque casi no me puedo mover. Él suspira con hartazgo y adelanta su posición de manera que sus rodillas me aprietan los codos contra la cabeza. Al menos ahora puedo mover las piernas, aunque me estoy ahogando.

-¡Que...me...sueltes!- demando entre bocanadas, intentando doblar las rodillas bajo mi cuerpo, pero pesa demasiado. Además, la primera cincha se ha cerrado sobre mi muñeca y siento el mosquetón frío colgando sobre mi antebrazo. Tras algunos forcejeos, coloca la segunda. Me enfurecen sus risitas condescendientes ante mis intentos de soltarme. Las ganas de venganza se van acumulando y al menos tengo el consuelo de que, en algún momento, se servirá en plato frío.

Mis muñecas están unidas por el pequeño mosquetón y me da unos minutos de tregua, recostándose sobre mi cuerpo tendido en la alfombra. Aparta la melena desordenada de mi cara sudorosa y sus ojos azules se clavan con determinación en los mios, oscuros y retadores.

-¿Vas a colaborar ahora?- me ofrece, magnánimo. Debo de estar más furiosa de lo que pensaba, o simplemente debo estar loca, porque lo único que se me ocurre es intentar escupirle. La saliva cae lejos de mi objetivo, su cara, pero sí mancha una de sus manos.

-Ooooooh, ¡ahora sí que te la has ganado!- asegura tras limpiarse la mano en mi pelo, riendo ante mi exclamación de profundo asco, y me arrastra por las muñecas hasta sentarme en el sofá. Yo pataleo intentando desasirme, pero es inútil y él lo sabe. Mis jadeos se mezclan con grititos agudos de queja, y empiezo con la retahíla de insultos. "Vikingo de mierda...cabrón....no sabes hablar...eres un bruto...no me toques... degenerado..." lo habitual, pero el esfuerzo me hace sisear las palabras entre resoplidos. Él mantiene esa risa suave de caníbal que me llena de ira.

-Pero qué ganas tengo de ponerte la mordaza.

Yo apenas computo lo que dice. Quizás, si lo hubiera procesado, hubiese medido un poco más mis palabras. No se qué ha hecho con la cadena, pero ahora mis brazos se arquean hacia arriba y hacia atrás, prácticamente rodeando el borde del respaldo del sofá, y aunque tironeo y tironeo en esa posición forzada, no puedo moverme. Sólo escucho el golpeteo de las cadenas sobre el armazón.

Se me ocurre que debo ir en dirección opuesta, y encaramo las piernas en el asiento impulsando el tronco hacia arriba. ¡Bingo!, las cadenas se aflojan y mis codos se flexionan aliviados, pero siento una mano férrea agarrarme por un tobillo y bajarme con brutalidad, hasta que mis brazos vuelven a tensarse.

–¡Eres rápida!- reconoce, entre admirado y divertido. Ya ha cerrado la cincha sobre mi tobillo y lo ha amarrado con la cadena a la pata del sofá, pese a mi pataleo y los esfuerzos con mi otra pierna impulsándome para escapar. Cambio de táctica. Apoyo bien el trasero en el asiento, calculo como puedo la distancia y conecto una patada en su tórax con todas mis fuerzas.

-¡AH!- exhala bruscamente el aire de sus pulmones con el golpe, sorprendido durante un segundo, pero inmediatamente se recupera. Furioso. Agarra mi tobillo libre y lo rodea con sus brazos murmurando juramentos mientras me pone la última correa. Yo sigo con mi rosario de insultos y revolviéndome entre las sujeciones.

–Eres...incorregible...quédate...¡QUIETA!- ruge, furioso.

He hecho mal en darle una patada. Le daría cien. Finalmente oigo el chasquido seco del mosquetón e intento cerrar las piernas. No puedo. Lo intento de nuevo, pero mis tobillos cuelgan patéticamente de las cadenas atadas a ambas patas delanteras del sofá.

Él está de pie, frente a mí, disfrutando de su obra. El pelo revuelto, el tórax subiendo y bajando con la respiración agitada, las manos abriéndose y cerrándose en un puño a ambos lados de sus caderas, y la mirada furibunda pero satisfecha. Yo siento que podría estallar de la rabia. Mi cuerpo cuelga de los brazos, mi tronco en el aire, el trasero apoyado escasamente en el borde del asiento y las piernas abiertas. Me siento vulnerable y aprieto los dientes de pura frustración porque se me han acabado los insultos...por el momento.

Él está pensado en qué hacer a continuación.

Cuando por fin se decide, mis ojos se abren, expectantes. Sus manos han viajado hasta la hebilla del cinturón y la desabrocha lentamente, mirándome a los ojos, dándome tiempo para que me haga a la idea de lo que viene. Mi sexo se empapa humedeciendo mi ropa interior.

No puedo manejar la excitación. Sé perfectamente lo que viene.


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