Periodo II: Una tarde de gloria

96 4 1
                                    

Periodo II: Una tarde de gloria (I)

—El caballero que vamos a enfrentar ahora fue ejecutado por el propio Guillotina durante la rebelión campesina de Dion —decía Yancai en el pequeño circulo que habíamos hecho Pelou, Pagoda, Arangar, Asitahka, él y yo. Estábamos sentados en el suelo descansando y charlábamos amistosamente—. No sé como se llamó, pero lo cierto es que se puso del lado del pueblo y eso le costó la vida. El Duque era un ser implacable con estas cosas.

—¿Entonces es otro espectro que no partió hacia el más allá? —preguntó siempre curioso Pagoda.

—Exactamente —intervino Asitahka—. Como otros tantos seres que pueblan el campo de ejecución, fue su ira eterna ante tal injusticia lo que le ató a este mundo, negándose a partir.

—¿Y no os sabe mal matar a un caballero de tanto honor? —volvió a preguntar el joven pelirrojo.

—No, no te confundas. Ahora tan solo es un ente carcomido por el odio, condenado sin rastro de conciencia del hombre que una vez fue. Es más, creo que cada vez que lo he tanqueado y vencido, le he hecho un favor otorgándole paz durante al menos un breve periodo de tiempo.

Continuábamos en el mismo sitio donde Guillotina había caído. Nosotros dábamos un momento de pausa a nuestros músculos, cerca, los magos recuperaban maná, y los lideres un poco más allá planeaban estrategias. En poco tiempo todos estaríamos listos para buscar el siguiente objetivo, que al parecer, estaba muy cerca del emplazamiento que ahora ocupábamos.

—¿Es tan fiero como Guillotina? —preguntó Pelou esta vez—. He terminado en mis límites contra el verdugo, no se si quiero volver a tentar a la suerte.

—No, para nada —le calmó el tanque—. Este es más sencillo de vencer, así que no te preocupes; no costará tanto.

Eso tranquilizó un poco al elfo pero a mi me decepcionó; había disfrutado realmente con el combate y quería abarcar más de lo mis brazos podían rodear. Matar al mismísimo Antharas, doblegar a Baium, arrancar las alas al maldito Valakas.

—¡Si es más débil podríamos ir ya a por él! —dije impaciente.

—Que sea más débil no significa que no debamos ser cuidadosos. El menor de nuestros fallos y podríamos no ver el próximo anochecer.

—Él tiene razón —corroboró Yancai—. La paciencia no es mi mayor virtud, pero tenemos que hacer un esfuerzo y esperar hasta que los magos estén en plenas condiciones. Si yo puedo aguantar seguro que tu también Mayo.

—Esta bien, esta bien —dije a regañadientes—. Solo era una idea.

Inquieto me levanté del circulo y estiré los brazos. Tomé mi escudo, mi espada y blandí el arma para no enfriarme en exceso mientras el resto de compañeros seguían charlando en el suelo.

Los magos descansaban individualmente, sin intercambiar palabras entre si, con sus espaldas apoyadas en el gran muro de la prisión. Los dagueros Yria y Shalnark por otro lado, llevaban un rato matando enemigos por la zona; la gente de esa profesión siempre iba más revolucionada que el resto de los mortales; corrían a más velocidad por más tiempo, golpeaban con mayor rapidez y precisión, descansaban menos tiempo y lo todo lo hacían con mayor efectividad. No necesitaban escudos pues eran soberbios esquivando los golpes de sus rivales, y si con su sigilo te alcanzaban por la espalda... estabas muerto.

«Golpe, golpe, vuelta, barrida» decía para mi a medida que realizaba los ejercicios, «golpe, golpe, golpe, golpe, salto, golpe en caída». Ensaya algunos trucos que me habían enseñado en el gremio unos días antes, pero mi habilidad con ellos aún era escasa y no me atrevía a utilizarlos en combate real; como mucho contra algún enemigo individual con los que solía entrenar y que no fueran especialmente peligrosos. Eran combos de estocadas directas a gran velocidad, giros de torso con escudo y espada, o barridas bastante difíciles de desarrollar. Quería convertirme en un gladiador con dos espadas duales y el escudo comenzaba a estorbarme de forma dramática. «Paciencia, dentro de poco dejaras de necesitarlo y nunca volverás a portar uno», decía para mi alentándome a soportar su peso en mi mano izquierda un día más, «aún no estás preparado para luchar sin protección, no eres lo suficientemente bueno».

Crónicas de Aden (Paralizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora