Capítulo 28.

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La mañana siguiente, dejé caer mis bolsas —llenas de comida, mi teléfono y toda mi mierda extra que traía conmigo cada día—, en el suelo junto a la puerta.

Porque puesta allí a las siete de la mañana, sobre mi escritorio en un pequeño jarrón de cristal, con un lazo blanco envuelto alrededor del tallo, había una brillante rosa naranja.

Simplemente... puesta allí.

Solo esperando.

¿Por mí?

Había solo una persona en el edificio que podría haberla puesto allí. No había duda en mi mente.

Había subido su juego pasando de traerme donuts a... una flor. Una flor que hizo que mi garganta se apretara incluso cuando me dije que sabía por qué lo había hecho.

Por la culpa.

La primera flor que alguien me había comprado, fue por culpa.

Tuve que dejar escapar un profundo aliento ante eso.

Le había dicho —¿no se lo había dicho?—, que quería volver a que fuéramos como deberíamos haber sido desde el principio.

Se lo había dicho. Y aquí estaba él complicando las cosas, dando ideas a mi cerebro que tuve que tirar a la basura antes de pensar sobre ellas. Aquí estaba él solo... jugando conmigo. Intentando atraerme a un lugar en el que ya no quería estar.

Debería haberlo dejado, o debería haber pretendido que no la vi, pero... No hice eso.

Estaba cansado. Y agotado. Y solo... jodidamente cansado.

Justo como cayeron mis cosas, las dejé y salí de mi cabina. Un pie delante del otro. Un paso delante del otro. Acercándome más y más. Apenas recorrí el pasillo hacia la parte principal del edificio cuando vi a Tomlinson junto al armario de herramientas, rebuscando en los cajones.

No estaba seguro de por qué mi corazón empezó a acelerarse, pero lo hizo. Con cada paso, fue más y más rápido, a pesar de mi cerebro diciéndole que necesitaba calmarse. No significaba nada.

Fue un gesto bonito, pero obligado, y completamente innecesario. Y no quería que perdiera su tiempo haciéndolo de nuevo.

—Señor Tomlinson —grité, sabiendo que no debería después de nuestra conversación de ayer, pero no retrocediendo de la promesa que me había hecho a mí mismo.

Alzó la mirada de inmediato, disparándome una mirada láser. Hoy, llevaba una camiseta azul marino, y ya llevaba su overol. Lo que me atrapó fuera de guardia fue el hecho de que no parecía molesto conmigo por llamarlo con la palabra con s. Se veía demasiado calmado. Demasiado despreocupado.

A pesar de que estaba bastante seguro que había dejado la flor, iba a castigarme por preguntar de todos modos.

—¿Dejó esa rosa en mi cabina?

Se enderezó desde donde había estado ligeramente inclinado sobre el armario de herramientas. Su expresión permaneció con esa calma inquietante. Respondió de la manera que sabía que haría: Directamente.

—Sí.

Sí.

Mi corazón se aceleró incluso más, pero lo ignoré. No era como si esto fuera nuevo. ¿Quién más habría sido?

Contuve el aliento. Déjame en paz.

—Gracias, pero no tenía que hacerlo. Le dije ayer...

—No lo olvidé —me interrumpió. Diablos.

Harry and the LieWhere stories live. Discover now