16. El encargo de San Yalten

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Estoy en un templo colosal, ubicado en medio de un desierto. No tengo un cuerpo sólido, me doy cuenta al ver mis brazos traslúcidos. Tampoco puedo volar fuera acá, ni hablar, por más que lo intento.  Llego a ver columnas y escalones destruidos a mis espaldas. Debajo, un sendero apenas visible en la tierra seca, aleja hacia las montañas que yacen bajo un cielo violeta. Siento que me trajeron acá para ver algo. Percibo las presencias de los demás, que al igual que yo solo se hallan en forma de espíritu, inmóviles en distintos puntos del lugar. Débora, Mackster y Vanesa. Tengo a Amanda al lado. ¿Dónde están Bruno e Ismael?

En cuanto termino de hacerme esa pregunta, una fuerza me hace mirar hacia un punto del sendero. Ahí se abre un portal a través del que sale un hombre grandote, musculoso, de mirada grave. Su barba y su pelo celeste brillan bajo un sol plateado. Noto que trae la misma ropa de arcano que Ismael… ¡Es él! Tardé un segundo en reconocerlo. Es su alma en su vida pasada. Tanto sus gestos como su postura son diferentes a lo que conozco, además de que acá se ve como un guerrero veterano. Mientras el portal se cierra a sus espaldas, examina el territorio; luego, al templo venido abajo que se halla frente a él. Por un momento, fija la mirada en el cielo, y entrecierra los ojos, como si viera más allá de la atmósfera. Tras esto, se mueve con paso tosco hacia el edificio.

Cuando pisa el primer escalón, se manifiestan dos gigantes hechos de fuego transparente, uno a cada lado. Son ángeles… El dios asiente y sigue subiendo. Ya los conoce.

Cruzo una mirada inquieta con los demás. Mackster asiente con frialdad y sigue a Abventerios; el resto lo imitamos. Noto que Vanesa disimula el miedo lo más que puede. Débora tiene una expresión alerta y preocupada. Amanda, en cambio, observa todo maravillada. 

Vuelvo a centrarme en Abventerios y los gigantes de fuego que ascienden los peldaños a unos metros de nosotros. Cuando llegamos a cierta altura me invade un vértigo; de pronto, es como si se abriera una brecha alrededor del templo, cambiando el paisaje que lo rodea en lo inmediato; ahora subimos con Ismael y sus acompañantes por escalones suspendidos en el cosmos, al igual que el resto de la construcción. Veo planetas desconocidos a la distancia. 

En cuanto llegamos al último peldaño, nuevos gigantes de fuego transparente se manifiestan tanto en la entrada como en el interior del templo, que es hacia donde se dirige el dios. Lo sigo con mi hermana y resto de los arcanos.

Dentro del edificio hay un salón donde, si bien se distinguen las paredes, estas son transparentes y muestran lo que habita más allá, en el vacío. Es una estrella de fuego con una piedra de cristal verde en el centro. No entiendo cómo no nos encandila. La piedra, o planeta, no puedo saber qué es a esta distancia, brilla y late como un corazón. La forma en que se mueve el fuego es extraña; por momentos, se ve como un tornado. Quizás es un efecto de la distancia o de alguna característica de la dimensión en la que estamos.

La piedra parpadea. ¡Tiene ojos! Son del mismo color que su superficie, tanto los párpados, como los globos oculares y los iris. Por eso me costó distinguirlos. Comprendo que no estoy viendo una estrella, es una especie de ser vivo. Recuerdo los dibujos que estudié con Giuseppe… ¡Es un ángel! Es… Nathaniel. ¡Bruno!

Abventerios se arrodilla ante el arcángel.

—¿Has considerado, Nathaniel, mi pedido y el de mis compañeros Mackster y Ghabia de Agha?

—Sí. —La voz surge del arcángel como una onda de energía que atraviesa la consciencia de todos lo presentes—. Los ayudaré a acabar con la maldición de su estirpe, para que trasciendan por fin el conflicto eterno. ¿Saben tus compañeros el precio? ¿Aceptaron que sus almas sean transformadas por el cubo de Metatrón para encarnar en la Tierra?

—Sí. Comprendieron que enlazarnos a vuestro plan es la única manera.

—Bien. Pero no es lo único que pediré. 

Abventerios se inquieta y lleva la mano hacia la empuñadura de su espada.

—¿Qué más quieres Nathaniel? ¿No es suficiente lo que nos pides?

—Este es un favor que solo tú puedes cumplir, en tanto dios de la magia. Tu alma es la única capaz de hacerlo. Además, se trata de algo fundamental para nuestro plan, para reencauzar el desequilibrio que han creado los humanos con su osadía y para darles una oportunidad de sobrevivir.

—¿De qué se trata?

—Deberás llevar de regreso a la Tierra una magia que les quitamos porque ya no eran dignos de ella.

Al instante, a unos metros del dios, se forma un torbellino de fuego rojizo y traslúcido.  Abventerios entrecierra los ojos, intrigado, cuando el fenómeno termina de cobrar la forma de un hombre  alto y canoso, de barba blanca. A pesar de que está apoyado en un báculo, se ve fuerte. Lleva una capa roja y una armadura violeta con círculos, triángulos y cruces grabadas en ella. 

—Mi nombre es Tadeo Yalten —dice.

Es… ¡El espíritu de San Yalten! El fundador de la orden de magos. Cruzo una mirada con Amanda, que está tan sorprendida como yo.

—Y te considero digno de iniciación —continúa el santo y señala a Abventerios.

—¿Vas a darme tu magia, mago? —el dios azul frunce el ceño y se ríe.

—Mago y santo —responde Yalten.

—Como te dije —retoma Nathaniel—, solo tu alma puede transportar su poder, porque eres uno de los dioses de la magia y también porque eres digno, como dijo Yalten. Su magia no interferirá con la magia de Agha y las otras que conoces como buen diplomático de tu estirpe. Serás el único que pueda usarla en la Tierra después de mucho tiempo. Los magos de la Orden de San Yalten tienen sus hechizos, pero ya no pueden hacerlos funcionar.

—Y en cuanto tu alma encuentre al elegido para restaurar mi poder, quien también será digno, porque su corazón será puro, lo iniciarás. Como haré contigo ahora.

Abventerios asiente.

—Si es el trabajo que me corresponde, para salvar a mi estirpe, y para reencauzar a los humanos, lo haré.

—Levántate y camina hacia mí —le dice San Yalten y Abventerios obedece.

El santo traza unos símbolos en el aire: círculos, triángulos y cruces. Estos se manifiestan, hechos de una luz y un fuego rojo, que se expanden para envolver a ambas figuras en una burbuja. Entonces, las llamas rojas, que transportan los sigilos de la magia yalten, pasan del santo al dios, tiñéndose de violeta por un instante, al atravesar el aura azul de Abventerios. 

El fuego termina su trabajo y en cuanto se separan, el dios de Agha queda cubierto por una luz violeta durante unos instantes, mientras se observa los brazos y el pecho, donde los círculos, triángulos y cruces superpuestos en distintas formas terminan de ser absorbidos. Poco a poco, su aura y su traje recuperan los tonos azules originales.

Abventerios levanta la vista hacia el santo.

—Tu poder es… admirable. Tan sanador, tan profundo y transformador. Incluso capaz de mover los engranajes del cosmos, de abrir puertas de un universo a otro. ¿Crees que los humanos están listos para tenerlo de nuevo?

—Lo estarán —dice Yalten.

—Como humano, olvidarás esta misión específica, al menos hasta que sea el momento indicado para recordarla —aclara Nathaniel—. Mientras tanto, nosotros te guiaremos sin que te des cuenta, susurrándole a tu intuición.

—Entiendo. —Abventerios asiente—. Todo sea por salvar a mi estirpe de tantos ciclos de violencia sin fin; a mi hermano Mackster, de la locura que se cierne sobre él; y a mi melliza, Dushka, ya demente por el padecimiento que le genera haber perdido un fragmento de su alma. Confío en que salvando a la humanidad, nos salvaremos todos.

—En pos de eso obraremos —contesta Nathaniel y San Yalten asiente, antes de desvanecerse.

Abventerios se despide con un movimiento de cabeza y se dirige a la salida del templo acompañado por dos gigantes de fuego transparente. Antes de seguirlo, miro a los otros arcanos que están en espíritu conmigo, en esta escena en la que solo podemos ser testigos. Bajamos las escaleras detrás del dios de Agha y sus guardianes, los acompañamos mientras los peldaños los llevan del paisaje cósmico, rodeado de estrellas, al desierto de sol plateado, donde Abventerios termina de descender. Lo seguimos por el sendero entre la arena, los ángeles quedan atrás. En cuanto el dios  abre un portal para transportarse de regreso a su mundo, todo a nuestro alrededor se disuelve en luz.

Somos Arcanos 3: El Fantasma de Costa SantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora