12. La misión del Fantasma

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23 de febrero de 2003.

—Sé que Cassiel está preso y que los yaltens son los responsables de eso. No me estuvo dando su poder por propia voluntad, ustedes crearon algo para pasarlo de él a mí con su magia corrupta —le dije a mi madre, al otro día. Era un domingo por la tarde y nos encontrábamos en el mismo café donde me había citado cuando regresó. Pero esta vez yo había organizado la reunión—. No me di cuenta solo por mis sueños. Tuve un encuentro con los ángeles y ellos me lo confirmaron.

Mi madre parpadeó unos instantes, buscando qué decir.

—Iban a quitarme mis poderes y liberar a Cassiel, pero no sé porqué no lo hicieron —le expliqué—. Dijeron que era una buena persona o que estaba haciendo el bien. No lo recuerdo del todo. El tema es que vos y los yaltens me mintieron.

—No les creas a los ángeles, hijo. No fue del todo así.

—¿Del todo? —pregunté y mi madre suspiró, frustrada.

—Esos seres no tienen los mejores planes para la humanidad —sostuvo, estrujando la taza de café con ambas manos—. Necesitamos controlarlos. Y la única forma de hacerles frente es tomando sus poderes.

—No te creo.

—Hay muchas cosas que ignorás sobre el mundo y el universo. Explicártelas antes del experimento hubiera sido muy perjudicial. Incluso ahora es peligroso hacerlo. Te estábamos protegiendo de eso. Tenés que confiar en nosotros.

—Ustedes tenían que decirme la verdad —sentencié—. Ahora estoy por mi cuenta.

—Vas a necesitar nuestra ayuda.

—No me importa. Lo único que quiero es seguir viendo a Amanda.

—Yo te di estos poderes y puedo quitártelos si quiero —arremetió con sequedad y abrí los ojos aún más.

Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza. ¿Decía la verdad? No quería demostrarle miedo y decidí arriesgarme.

—Intentalo si querés —le respondí—. Ya viste la fuerza que tengo. Mientras tanto, voy a seguir patrullando Costa Santa.

Se levantó furiosa de la mesa.

—Ni se te ocurra liberar a Cassiel —fue lo último que me dijo, antes de salir por la puerta del Café Emperador.

***

Viernes. 6 de junio de 2003. Tres meses y medio después.

De nuevo en el Café Emperador junto a mi madre, después de tanto tiempo. No debería habar accedido, pero lo hice por Amanda. Era el día de mi cumpleaños y los tres estábamos compartiendo una merienda. Mi hermanito sabía todo lo que había pasado y lo que pensaba; se lo había contado con lujo de detalles. La idea era verlo un rato a él solo, pero mi madre se coló. Más tarde iba a juntarme con Bruno y los chicos en casa.

Afuera hacía un frío terrible. Ese lugar era el mejor refugio cuando se acercaba el invierno: la calefacción, los tés deliciosos y las tortas caseras nos ayudaron a recuperarnos rápido del castigo del viento helado y húmedo de la costa, que fue implacable con nosotros, a pesar de que habíamos ido caminando hasta allá bien abrigados y con camperas impermeables.

—Hay algo que necesito que sepas —dijo mi madre de pronto, pasándome una carpeta.

Amanda y yo la miramos con seriedad. Hice un bufido, antes de tomarla en mis manos. La abrí y encontré una serie de fotos, seguramente tomadas por Teresa. Abrí bien los ojos, al ver retratados a distintos arcanos, parados en terrazas o en pleno vuelo. Una chica vestida de negro, con alas del mismo color y protectores y antifaz plateados. Una imagen medio borrosa de un joven con un traje rojo y capa blanca, volando. Otro más, esta vez con la piel blanca como la luna y cuernos, que traía un traje gris, planeando con alas blancas, parecidas a las de los murciélagos. Era pelirrojo y un poco gordito.

Somos Arcanos 3: El Fantasma de Costa SantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora