8: El encuentro con el mago. Parte 1

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3 de febrero de 2003.

Salí a patrullar dos noches más: una con Giuseppe y Roque, en la que enfrenté a un demonio de tres metros, y la siguiente ya fui solo. Solo tuve que lidiar con unos espíritus en forma de sombra, que probablemente habían quedado a la deriva tras la descomposición de un hechizo de magia oscura.

Como siempre, regresé temprano para que mi viejo no sospechara nada; no hablábamos de eso con los yaltens, aunque había cierta complicidad. Mi madre no me preguntaba si él sabía y yo tampoco se lo decía, y el resto no indagaba en el tema. Pobre mi viejo; seguía creyendo que me hallaba estudiando lo básico de la magia yalten y yo ya era un arcano que patrullaba por mi cuenta las calles de Costa Santa.

El domingo descansé. Como hacía mucho calor, fuimos con Bruno hacia la playa, pero nos volvimos porque estaba repleta de turistas. Aprovechando que ya estábamos con los shorts de baño, nos mojamos con una manguera y arrojándonos baldes de agua en el jardín de su casa.

Cuando nos secamos y cambiamos, ya había bajado el sol, y fuimos a su cuarto a jugar a la PlayStation. Después leímos cómics y charlamos hasta tarde. Varias veces me invadieron los recuerdos de mis aventuras como arcano y resistí las ganas de contárselas.

Me pregunté si alguna vez se enteraría de que su abuelo había sido la autoridad mayor de los yaltens, una orden de magos. Seguro enloquecería de felicidad al saberlo, aunque sería feo tener que decirle que el linaje se había cortado con su padre. Realmente deseaba poder compartir ese mundo fantástico con él.

Me quedé a dormir, como la otra vez. Esa vez soñé con Cassiel, pero no fue uno de sus recuerdos. Me hallaba frente al arcángel.

El gigante hecho de llamas blancas y negras me observaba, aferrado a las columnas de fuego transparente que había visto durante el hechizo. Sentía odio en su mirada. Abrió la boca y comenzó a gritar, sacudiéndose, también golpeó las columbras invisibles. ¿Por qué estaba atrapado en ese templo?

Al ver las manos inmensas de fuego blanco aferradas a los pilares, logré comprender que se trataba de barrotes. ¡Cassiel estaba preso! Había sido tan estúpido... Creía que me encontraba frente a la morada espiritual del arcángel, cuando en realidad Cassiel se hallaba en una jaula.

Y los yaltens lo habían puesto ahí.

***

—Estás equivocado. Es solo una proyección de tus miedos inconscientes —aseguró mi madre el lunes, cuando le conté mi interpretación del sueño. Nos encontrábamos en la cámara secreta junto a Teresa. Acababan de hacerme un chequeo energético de mis formas humana y arcana—. Si hubiera un problema, lo hubiéramos visto —me tranquilizó.

—Probablemente lo soñaste por todos los cambios que pasaste —aseguró Teresa y se dirigió hacia las escaleras con mamá. Las seguí—. Te enteraste de la existencia de la magia, adquiriste poderes, te enfrentaste a monstruos y demonios. Son cosas muy desestabilizantes para la mayoría de las personas y aunque aparentemente lo hayas tomado bien y no sientas miedo, eso no significa que la emoción no se halle en tu inconsciente. Tu mente está tratando de lidiar con eso. Dale tiempo —me aconsejó con una sonrisa cuando ya estábamos en la biblioteca y las puertas de la cámara se cerraron a nuestras espaldas.

—Tenés una conexión especial con el arcángel Cassiel, hijo —recordó mi madre, acariciándome el rostro—. Por eso respondió al hechizo y accedió a pasarte sus poderes. Lo sabemos porque lo vimos en tu carta natal. Teresa, la especialista en astrología, puede confirmártelo. —La mujer asintió al escuchar a mi madre—. Confiá en eso y no le des más vueltas. Si dudás demasiado, la conexión podría romperse —advirtió.

—Okey, entiendo —dije, todavía inquieto—. Ya está cayendo el sol. Me voy a patrullar.

—Dale. Estamos muy orgullosas de vos —expresó mi madre, tomándome de los hombros—. Lo que hacés ayuda a que el mundo sea un lugar mejor. Sos un ejemplo para los arcanos que pronto van a despertar. Un héroe que los va a inspirar a hacer el bien con sus poderes.

—Bueno, gracias... —contesté, sonrojado—. Recién empecé y no sé cómo se van a enterar de eso.

—Tranquilo... los rumores corren rápido en esta ciudad. Además, la magia está de nuestro lado.

Asentí y luego me despedí de ellas. Fui hasta el jardín trasero, me transformé y despegué, perdiéndome entre las nubes. Me dirigí al centro.

Ya casi me había acostumbrado a hacer mis rondas por las zonas críticas de Costa Santa, donde había rastros de magia o energía interdimensional. Apenas miraba las marcaciones que hacía Roque en el mapa. En poco tiempo aprendí a percibir a los demonios por mi cuenta. Quizás el ángel realmente se llevaba bien conmigo y me ayuda pasándome sus sentidos superiores.

Esa noche, sin embargo, iba a encontrarme con algo distinto. Volaba bajo, observando la calle y las terrazas de los edificios, cuando escuché unos gritos. Descendí hacia un callejón, de donde había provenido el sonido, listo para salvar a alguien.

Me detuve en la entrada, suspendido a unos metros del suelo. Eran tres hombres y rodeaban a una mujer de mediana edad. Les disparé unos rayos leves, para que se alejaran de ella. Lo hicieron en medio de gritos e insultos, cubriéndose y llevándose las manos a los lugares donde habían recibido impactos. Giraron hacia mí y me observaron boquiabiertos.

Volví a dispararles, esta vez apuntando a sus manos, y soltaron sus armas. Huyeron corriendo. Sin pensarlo, arrojé unas llamas a los revólveres, que terminaron disolviéndose en el fuego blanco y negro. La mujer miraba la escena con los ojos bien abiertos. Le temblaban las piernas.

Me dio mucha pena y sentí rabia. Volé fuera del callejón y busqué a los criminales para darles caza, pero después me calmé. ¿Qué iba a hacer, dejarlos inconscientes y presentarme con ellos en la comisaría, como en las historietas? No podía exponerme así.

Además, mi madre había sido muy clara: solo debía encargarme de las amenazas sobrenaturales. Los crímenes humanos debían ser resueltos por los humanos. Como fuera, no había podido resistirme a ayudar a esa mujer. Volví rápido al callejón, para ver si seguía ahí.

Estaba levantando su bolso del suelo e hizo un respingo al verme de nuevo.

—Gracias por salvarme... —dijo y parpadeó unos instantes.

—De nada. Vuelva a su casa con cuidado —le aconsejé.

Asintió y despegué, alejándome. Ella me perdió de vista pero yo seguí observándola desde una terraza, para asegurarme de que se hallaba bien. Salió rápido del callejón, aferrada a su cartera, y retomó veloz el camino a su casa, que quedaba a unas cuadras. Una vez que entró, me quedé tranquilo.

Despegué y seguí volando por el cielo de Costa Santa. Era su guardián, su protector, y estaba listo para detener cualquier amenaza sobrenatural que se cruzara en mi camino.

Somos Arcanos 3: El Fantasma de Costa SantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora